miércoles, 17 de abril de 2013

FRANCISCO NIETO Y UN CURA MUY VOLENTO. HISTORIA DE UN ACUSACIÓN COLONIAL.

   Don Francisco Nieto y Hurtado, natural de Moquegua y vecino del valle de Ilo es una de las pocas de las que tenemos alguna información. Era hijo de Hilario Nieto y Agustina Hurtado y aunque vivía en Moquegua frecuentaba Ilo debido al comercio de sus padres en aceites y aceitunas. En realidad no era de recursos económicos importantes pero con el tiempo se convirtió en un personaje importante vinculado al quehacer económico, social, político y religioso pues llegó a ejercer el cargo de Alcalde. Era una persona de mucho respeto y de una honra que se tenía en alta estima. A él se le debe en parte la construcción del antiguo templo de San Gerónimo destruido en el maremoto de 1868.

De él se conocen algunos pasajes de su vida y existe uno en especial del cual quiero ocuparme en esta oportunidad.

Era el 29 de agosto de 1790. Por la noche el cura de la parroquia de San Gerónimo don Tadeo de Vargas salió a realizar sus acostumbradas rondas nocturnas por los ranchos y viviendas exagerando de esta manera su celo por el cuidado de las buenas costumbres y el recato que las personas debían observar. Pero una idea oculta lo impulsaba: había sido informado que don Francisco se las ingeniaba para rendir honores al dios Eros pero con consorte ajena. Por ello no nos sorprende que se dirigiera directamente a la casa de doña Catalina de Vargas, mujer casada con don Joaquín García quien en esos momentos estaba ausente del valle y se aproximó a tocar su puerta, que digo tocar, a tamborear su puerta solicitando a viva voz que sea abierta.  Doña Catalina a quien el cura no le merecía aprecio alguno, respondió desde dentro y de mala gana que se hallaba enferma y además sola, por lo que creía inconveniente abrir la puerta de su casa, pero que al día siguiente daría las satisfacciones al señor cura. Éste, recelando que ella no estaba realmente sola y, sospechando  que mantenía "amores ilícitos" con don Francisco Nieto aprovechando la ausencia del esposo García, mandó llamar a don Alejo Mazuelos quien se aproximó con un criado suyo, y los envió a casa de Nieto a comprobar si efectivamente estaba él allí mientras quedaba custodiando la puerta que se resistía a ser abierta.

Mazuelos a esa hora de la noche se dirigió a casa de Nieto y no tuvo respuesta inmediata lo que lo impulsaba a tamborearla con más fuerza. Adentro, Nieto despertado por los golpes y las llamadas, debió salir descalzo y medio arropado a pedir explicaciones de tamaño escándalo. Al enterarse de las insinuaciones de Vargas, Nieto salió de su casa, enfermo como estaba y se dirigió a casa de Catalina. A ver al cura Vargas, Nieto procedió a tocar repetidamente la puerta de la dama identificándose como tal recibiendo la misma respuesta dada al religioso; Nieto se volteó a ver al cura directo a los ojos y optó por retirarse a su domicilio sin dirigirle la palabra.

Herido en su orgullo interno, Vargas no cejó en su empeño y recurrió para sus propósitos a la fuerza: con el apoyo de Mazuelos y su criado tomaron unas barretas y forzaron la puerta de Catalina, logrando ingresar al interior. Allí el cura tuvo un comportamiento por demás violento pues se dirigió directamente al dormitorio de la dama y tomándola de los cabellos la tiró al suelo golpeándola sin dejar de gritar en voz alta expresiones que los testigos consideraban ofensivas viniendo de quienes las profería. En su momento Mazuelos diría que el cura “hizo con ella otras extorsiones dignas de compasión."

Dolida en su dignidad de mujer por el ultraje recibido y por los comentarios que al día siguiente se corrieron por todo el pueblo, Catalina partió hacia Arequipa al día siguiente por el camino de la costa a fin de presentar las quejas sobre la acusación de presunta infidelidad y por los golpes recibidos de parte del cura. Pero el trayecto le fue accidentado y doloroso y apenas pudo llegar a Tambo, en donde descansó de alguna manera, quejándose de dolores en todo el cuerpo. Lamentablemente no pudo seguir su camino: amoratada, hinchada y acardenalada, entregó su alma al Divino Creador.

Enterado Nieto del fallecimiento de Catalina, puso en duda que las causas hayan sido naturales y atribuyó el mismo a los golpes recibidos y en su calidad de Alcalde del valle de Ilo, mandó detener a Vargas y lo colocó bajo la custodia de dos guardias, pero al rato lo puso en libertad porque como luego confesaría "me es muy doloroso sindicar a un eclesiástico en materia tan grave". Esto no impidió que el 16 de setiembre elevara un expediente consignando todos los acontecimientos y hechos al Intendente Antonio Alvarez y Jiménez quien le dio el trámite correspondiente, investigó los hechos, convocó a testigos y llegó a la conclusión que el actuar del párroco no tenía justificación alguna, que las agresiones contra Catalina eran por lo menos reprochables y que el escándalo producido era un mal ejemplo para la feligresía del valle. Al final Álvarez tomó sentencia contra el cura Tadeo de Vásquez señalando que "lo debemos condenar y lo condenamos primero en la perpetua privación de la administración y gobierno de la doctrina del valle de Ilo para que ni como cura interino ni coadjutor, ni ayudante, ni ecónomo, ni administrador pueda servir ni sirva dicho curato del valle de Ilo. (En otras palabras, nunca más ejercería cargo en el valle de Ilo). Así mismo lo prohibimos a que pueda administrar como general ni ser coadjutor ni cura interino en ningún otro beneficio curato de este obispado de Arequipa por el espacio de un año contado desde el día en que la sentencia pase en autoridad de cosa juzgada, aunque bien puede ser ayudante y vicario de cura."

No tuvo Álvarez la misma vehemencia con respecto a la acusación por la muerte de Catalina, pues la investigación a su entender no encontró mérito suficiente para encausarlo y la resolución declaró al cura libre del homicidio que se le imputaba. La sentencia fue dada y pronunciada por don Mariano de Rivera y Aranibar, abogado, Presidente de la Mesa de Exámenes Sinodales, por orden del Ilustrísimo don Pedro Chávez de la Rosa.

Don Francisco Nieto y Hurtado solicitó el 19 de febrero de 1795 la licencia correspondiente para desposar a María del Carmen Márquez, vecina del valle de Ilo, hija del fallecido Antonio Márquez y doña Teresa Oses. En esa oportunidad fueron testigos de Francisco don Manuel de Olivera, Manuel y Alejo Mazuelos y de María del Carmen Pascual Nogueira, Nicolás Martínez y Manuel Gutiérrez. Luego de los trámites correspondientes Francisco y María del Carmen contrajeron matrimonio en el templo de San Gerónimo de Ilo. Entre los hijos que tuvieron estuvo Domingo Nieto Márquez el futuro Gran Mariscal de los Ejércitos del Perú.

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