Don Francisco Nieto y Hurtado,
natural de Moquegua y vecino del valle de Ilo es una de las pocas de las que
tenemos alguna información. Era hijo de Hilario Nieto y Agustina Hurtado y
aunque vivía en Moquegua frecuentaba Ilo debido al comercio de sus padres en
aceites y aceitunas. En realidad no era de recursos económicos importantes pero
con el tiempo se convirtió en un personaje importante vinculado al quehacer económico,
social, político y religioso pues llegó a ejercer el cargo de Alcalde. Era una
persona de mucho respeto y de una honra que se tenía en alta estima. A él se le
debe en parte la construcción del antiguo templo de San Gerónimo destruido en
el maremoto de 1868.
De él se conocen algunos
pasajes de su vida y existe uno en especial del cual quiero ocuparme en esta
oportunidad.
Era el 29 de agosto de 1790. Por
la noche el cura de la parroquia de San Gerónimo don Tadeo de Vargas salió a
realizar sus acostumbradas rondas nocturnas por los ranchos y viviendas exagerando
de esta manera su celo por el cuidado de las buenas costumbres y el recato que
las personas debían observar. Pero una idea oculta lo impulsaba: había sido
informado que don Francisco se las ingeniaba para rendir honores al dios Eros
pero con consorte ajena. Por ello no nos sorprende que se dirigiera
directamente a la casa de doña Catalina de Vargas, mujer casada con don Joaquín
García quien en esos momentos estaba ausente del valle y se aproximó a tocar su
puerta, que digo tocar, a tamborear su puerta solicitando a viva voz que sea
abierta. Doña Catalina a quien el cura
no le merecía aprecio alguno, respondió desde dentro y de mala gana que se
hallaba enferma y además sola, por lo que creía inconveniente abrir la puerta
de su casa, pero que al día siguiente daría las satisfacciones al señor cura.
Éste, recelando que ella no estaba realmente sola y, sospechando que mantenía "amores ilícitos" con don Francisco Nieto aprovechando la
ausencia del esposo García, mandó llamar a don Alejo Mazuelos quien se aproximó
con un criado suyo, y los envió a casa de Nieto a comprobar si efectivamente
estaba él allí mientras quedaba custodiando la puerta que se resistía a ser
abierta.
Mazuelos a esa hora de la
noche se dirigió a casa de Nieto y no tuvo respuesta inmediata lo que lo
impulsaba a tamborearla con más fuerza. Adentro, Nieto despertado por los
golpes y las llamadas, debió salir descalzo y medio arropado a pedir
explicaciones de tamaño escándalo. Al enterarse de las insinuaciones de Vargas,
Nieto salió de su casa, enfermo como estaba y se dirigió a casa de Catalina. A
ver al cura Vargas, Nieto procedió a tocar repetidamente la puerta de la dama identificándose
como tal recibiendo la misma respuesta dada al religioso; Nieto se volteó a ver
al cura directo a los ojos y optó por retirarse a su domicilio sin dirigirle la
palabra.
Herido en su orgullo interno,
Vargas no cejó en su empeño y recurrió para sus propósitos a la fuerza: con el
apoyo de Mazuelos y su criado tomaron unas barretas y forzaron la puerta de
Catalina, logrando ingresar al interior. Allí el cura tuvo un comportamiento
por demás violento pues se dirigió directamente al dormitorio de la dama y
tomándola de los cabellos la tiró al suelo golpeándola sin dejar de gritar en
voz alta expresiones que los testigos consideraban ofensivas viniendo de
quienes las profería. En su momento Mazuelos diría que el cura “hizo con ella otras extorsiones dignas de
compasión."
Dolida en su dignidad de mujer
por el ultraje recibido y por los comentarios que al día siguiente se corrieron
por todo el pueblo, Catalina partió hacia Arequipa al día siguiente por el
camino de la costa a fin de presentar las quejas sobre la acusación de presunta
infidelidad y por los golpes recibidos de parte del cura. Pero el trayecto le
fue accidentado y doloroso y apenas pudo llegar a Tambo, en donde descansó de
alguna manera, quejándose de dolores en todo el cuerpo. Lamentablemente no pudo
seguir su camino: amoratada, hinchada y acardenalada, entregó su alma al Divino
Creador.
Enterado Nieto del
fallecimiento de Catalina, puso en duda que las causas hayan sido naturales y
atribuyó el mismo a los golpes recibidos y en su calidad de Alcalde del valle
de Ilo, mandó detener a Vargas y lo colocó bajo la custodia de dos guardias,
pero al rato lo puso en libertad porque como luego confesaría "me es muy doloroso sindicar a un
eclesiástico en materia tan grave". Esto no impidió que el 16 de
setiembre elevara un expediente consignando todos los acontecimientos y hechos
al Intendente Antonio Alvarez y Jiménez quien le dio el trámite correspondiente,
investigó los hechos, convocó a testigos y llegó a la conclusión que el actuar
del párroco no tenía justificación alguna, que las agresiones contra Catalina
eran por lo menos reprochables y que el escándalo producido era un mal ejemplo
para la feligresía del valle. Al final Álvarez tomó sentencia contra el cura
Tadeo de Vásquez señalando que "lo
debemos condenar y lo condenamos primero en la perpetua privación de la administración
y gobierno de la doctrina del valle de Ilo para que ni como cura interino ni
coadjutor, ni ayudante, ni ecónomo, ni administrador pueda servir ni sirva
dicho curato del valle de Ilo. (En otras palabras, nunca más ejercería
cargo en el valle de Ilo). Así mismo lo
prohibimos a que pueda administrar como general ni ser coadjutor ni cura
interino en ningún otro beneficio curato de este obispado de Arequipa por el
espacio de un año contado desde el día en que la sentencia pase en autoridad de
cosa juzgada, aunque bien puede ser ayudante y vicario de cura."
No tuvo Álvarez la misma
vehemencia con respecto a la acusación por la muerte de Catalina, pues la
investigación a su entender no encontró mérito suficiente para encausarlo y la
resolución declaró al cura libre del homicidio que se le imputaba. La sentencia
fue dada y pronunciada por don Mariano de Rivera y Aranibar, abogado,
Presidente de la Mesa de Exámenes Sinodales, por orden del Ilustrísimo don
Pedro Chávez de la Rosa.
Don Francisco Nieto y Hurtado
solicitó el 19 de febrero de 1795 la licencia correspondiente para desposar a
María del Carmen Márquez, vecina del valle de Ilo, hija del fallecido Antonio
Márquez y doña Teresa Oses. En esa oportunidad fueron testigos de Francisco don
Manuel de Olivera, Manuel y Alejo Mazuelos y de María del Carmen Pascual
Nogueira, Nicolás Martínez y Manuel Gutiérrez. Luego de los trámites
correspondientes Francisco y María del Carmen contrajeron matrimonio en el
templo de San Gerónimo de Ilo. Entre los hijos que tuvieron estuvo Domingo
Nieto Márquez el futuro Gran Mariscal de los Ejércitos del Perú.
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