miércoles, 11 de septiembre de 2013

¿SABÍAS QUE..?


… mediante Ley del 10 de diciembre de 1895, el gobierno de don Nicolás de Piérola dispuso la creación de la primera comisaría de Policía de Ilo, bajo la dependencia de la Subprefectura de Moquegua, para lo cual se destinó la cantidad de mil cuatrocientos cuarenta soles que serían destinados a sueldo del Comisario y la gratificación de caballo, animal que se utilizaba para las respectivas rondas y transporte de la autoridad?
… en junio de 1893 surgió en el valle un brote de viruela, por lo que se adquirieron cincuenta tubitos de “fluiodo vacuno” para aplicarlos a los infectados lo que no impidió que esta infección se propague, decretándose la vacunación general obligando a los padres de familia para que concurran con sus niños a la municipalidad a fin de aplicarles la vacuna respectiva y se contrató al farmacéutico Eladio Zeferino Hurtado para que suministrase la vacuna, abonándole cinco soles mensuales?

en 1898 se produjo una epidemia de influenza que afectó a gran parte de la población especialmente a la gente desvalida de protección y que para tender a los afectados se contrató a don Eladio Zeferino Hurtado por la cantidad de doce soles y la municipalidad decretó la eliminación de todo perro que no contase con collar con el sello municipal?
… el 17 de marzo de 1913 se inauguró un pequeño jardín construido a la entrada del muelle, bautizado con el nombre de “Parque Billinghurst” en honor del mandatario en ejercicio don Guillermo Billinghurst, obra en la que el municipio de la época contribuyó con S/ 30,00?
 el 9 de abril de 1929, la municipalidad estrenó una adquisición moderna para la época: una máquina de escribir marca “Royal” código X-1232119, adquirida a un costo de 34 libras peruanas al contado y que la sola decisión de la compra de esta máquina produjo una discusión para definir si la compra debía hacerse al contado o en mensualidades?
… durante el gobierno municipal de don Rafael Vásquez (28 de agosto de 1930) la población asaltó las instalaciones de la municipalidad, sustrajo el retrato del presidente Augusto B. Leguía y lo destruyó en la calle luego que Luís M. Sánchez Cerro le diera golpe de Estado?
… el 9 de mayo de 1937 el concejo que dirigía don Alberto Wehrle aprobó la implementación del Sistema Métrico Decimal para todas las operaciones de compra y venta al público, tal como se establecía por ley, aunque el mismo entró en funcionamiento más tarde?
… en 1938 don Carmelo Choque presentó al concejo un presupuesto para la construcción de la pileta para la Plaza de Armas, obra que fue aceptada a un costo de S/ 200,00 y que se inauguró en noviembre de ese año?
… en 1943 existía una radio municipal que ofrecía anuncios y noticias a la población y cuyos parlantes se ubicaban en la plaza frente al mercado o recoba y que fue sustraído a fines de 1945?
el Banco Popular del Perú fue el primer banco comercial que funcionó en Ilo a fines de 1946?.

miércoles, 31 de julio de 2013

DE DÓNDE VIENEN LOS NOMBRES DE LAS CALLES DE ILO

     Cuando en 1870 se empezó a trazar la distribución de las cuadras de Ilo se dispuso también el nombre de las nuevas calles que la formarían. Los nombre han perdurado hasta la actualidad y ellos corresponden a hechos bélicos ocurridos durante los años iniciales de nuestra República. Es intención de este artículo hacer referencia a los mismos de manera breve.
 
La calle principal, 28 de julio, recibe el nombre de la fecha en la que se proclamó la independencia. Por su importancia en la historia peruana esta fecha fue asignada a la calle principal de ingreso al pueblo de Ilo. Hacia el sur, la calle 2 de mayo hace referencia al combate ocurrido en esa fecha en el año de 1866 en la que las defensas del Callao se enfrentaron a la escuadra española derrotándola y destruyendo el último intento de España de recuperar sus antiguas colonias americanas. En ese combate perdió la vida, entre otros, el ministro de guerra José Gálvez.
 
La calle Mirave toma nombre de la batalla del mismo nombre ocurrida durante la independencia el 22 de mayo de 1821. En esa fecha un destacamento del Ejército Libertador al mando del comandante Guillermo Miller se enfrentó a la tropa realista al mando del coronel José de la Hera en el pueblito de Mirave en Tacna con la victoria de los patriotas.
 
La calle Matará debe su nombre a la batalla de Corpahuaico, llamada también Matará, ocurrida en 3 de diciembre de 1824 entre los tropas del Ejército Unido Libertador del Perú que comandaba en ese momento el mariscal José de Sucre y el Ejército Real del Perú bajo el mando de Jerónimo Valdez, previo a la batalla de Ayacucho ocurrida seis días después. El encuentro ocurrió en la quebrada de Corpahuaico y benefició a las tropas realistas que al final del encuentro contó con 30 muertos, mientras que en las filas patriotas las bajas alcanzaron a 300 efectivos. 
 
Con dirección hacia el norte la calle Ayacucho toma el nombre de la gloriosa batalla que enfrentó a las tropas patriotas al mando de Sucre y realistas al mando del propio virrey La Serna  en la pampa de La Quinua el 9 de diciembre de 1824 y que resultó victoria patriota, después de la cual se firmó la Capitulación de Ayacucho que puso fin a la presencia española en América.
 
La batalla de Pichincha da nombre a la siguiente calle. En este hecho militar que corresponde a la independencia del Ecuador se enfrentaron el Ejercito Libertador al mando de Sucre y el Ejército de Su majestad al mando de general Melchor de Aymerich, en las faldas del volcán del mismo nombre, el 24 de mayo de 1822. La victoria de los patriotas permitió la independencia de las provincias que pertenecían a la Real Audiencia de Quito de donde surgió más adelante la república del Ecuador.
 
De Este a Oeste tenemos la calle Junín que es el nombre de la batalla del mismo nombre ocurrida el 6 de agosto de 1824 entre el ejército patriota dirigido por Simón Bolívar y el realista al mando del general José de Canterac. Esta fue la primera batalla patriota contra los españoles, en la qu , como dato curioso, solo se utilizó arma blanca.
 
La calle Callao está relacionada con el combate del mismo nombre ocurrido el 2 de mayo de 1866. Moquegua es el nombre de la batalla ocurrida durante la etapa de la emancipación el 21 de enero de 1823 en la que el Ejercito Libertador del Sur al mando de Rudecindo Alvarado fue derrotado por las tropas realistas dirigidas por José de Canterac, luego de lo cual el ejercito patriota se retiró hacia Ilo de donde se embarcó con destino al Callao con solo 1,500 efectivos de los 4,300 que tenía inicialmente.
 
La calle Zepita debe su nombre a la batalla ocurrida entre el ejército peruano al mando de Andrés de Santa Cruz y el ejército realista que se encontraba bajo las órdenes del general Jerónimo Valdez el 25 de agosto de 1823 a orillas del lago Titicaca en una llanura cercana al pueblito de Zepita y que fue un efímero triunfo peruano durante la llamada Campaña a Puertos Intermedios.
 
Finalmente la calle Abtao hace referencia al combate que tuvo lugar el 7 de febrero de 1866 entre la escuadra española y la escuadra aliada peruano-chilena organizada para frenar los intentos colonialistas de la Expedición Científica. Este combate antecedió al enfrentamiento final que se produjo frente al puerto del Callao en mayo del mismo año

martes, 16 de julio de 2013

LA ESCUELA PÚBLICA EN ILO A FINES DEL SIGLO XIX

     A fines del siglo XIX existían en Ilo una escuela de varones regentada por el profesor Manuel Borda y otra de niñas a cargo de la profesora Leila Mendoza ambas de administradas por el concejo  que tenía a su cargo el pago del alquiler del local, el sueldo de los preceptores, la implementación de los locales y la compra del material de enseñanza, lo que no siempre se realizaba con prontitud ni en la cantidad adecuada. Ambos docentes hicieron renuncia al cargo en abril de 1889. Ese mismo año el alcalde don Lucas Folch reunió a los alumnos en un colegio mixto nombrándose preceptor a Timoteo Vásquez. la idea ni tuvo acogida entre la población, por lo que se decidió crear una escuela de varones de la que se hizo cargo Vásquez y otra de niñas de la que fue responsable doña Celia Hurtado.
     Diversas inspecciones concluyeron que, mientras la escuela de niñas andaba sin mayores problemas, en la de varones se evidenciaba frecuente inasistencia responsabilizándose de esta situación al preceptor Vásquez. Los locales alquilados para ambas escuelas no contaban con los ambientes adecuados lo que obligó a buscar un nuevo local tomándose en alquiler una casa que pertenecía a la señora Josefa Morales.
     En estas escuelas los alumnos rendían dos exámenes semestrales, uno en el mes de julio y otro en el mes de diciembre o enero y se incentivaba a los padres a enviar a sus hijos a la escuela otorgándose algunos premios. Así por ejemplo, en 1891 se entregaron dos tipos de premios: uno de cinco soles al padre que más se hubiese distinguido en mandar a sus hijos a la escuela y seis en caso de las hijas y otro de seis soles para aquella madre que más diligente se hubiera mostrado por el adelanto de sus hijos y cinco al padre bajo las mismas condiciones. A los alumnos de mayor rendimiento se les entregaban menciones honoríficas, libros, cortes de vestido para niños y de lana para las niñas. La evaluación estaba a cargo de una Comisión Censora que publicaba a  los premiados y una Comisión Examinadora que evaluaba y entregaba los resultados finales. Estos exámenes eran públicos pues la distribuía invitaciones a todas las autoridades y personas notables para el día 28 de julio, fecha de la ceremonia del aniversario nacional que sería aprovechada para realizar la premiación correspondiente.
     La premiación era pues una ceremonia especial en la que se entonaba el Himno Nacional , se leía el Acta de la Independencia, se daban las palabras de rigor y se hacía público el resultado final con el que se procedía a premiar a los mejores alumnos.  En 1891 las niñas con mejores rendimientos fueron: sobresalientes Rosa A. Bonatti, Eulalia Juárez y Cristina Villalobos, a quienes se les entregó un corte de tela; Bueno: Jesús Cornejo, Rosa Maturana y Elena Leonardo, a quienes les correspondió textos de instrucción y dos cortes de tela. En la escuela de niños: Sobresalientes: Jesús Alponte, Esteban Hurtado, Lucas Salcedo y Patricio Ascaño, a quienes se les entregó un corte de vestido y menciones honoríficas: Bueno: José Gasco, Antonio Mendoza, Francisco Vásquez y Emiliano Hurtado, a quienes les correspondió un corte de vestido.
     Como el ausentismo era el problema más persistente, a fines del siglo XIX se publicó un bando  en el que se obligaba a los padres a enviar a sus hijos a la escuela imponiéndose una multa a los padre que incumpliesen esta ordenanza y se autorizó a la policía municipal a informar de quienes, estando en la obligación de asistir a la escuela, no lo hicieran. Varias eran las causas de estas ausencias, entre ellas la negativa de quienes tenían niños empleados, las condiciones del local escolar, la falta de útiles y la poca dedicación de los  preceptores como admitieron algunos padres consultados por la autoridad.
     Durante la gestión de Cayetano Garibaldi algo de esto intentó superarse pues se distribuyeron cuadernos, pizarra, tinteros y lapiceros con sus plumas para aliviar en algo esta carencia. Se reunió a los padres en una sesión en el concejo y se concluyó que el preceptor Vásquez no había contribuido a la mejora de la instrucción por lo que se decidió culminar su trabajo y remplazarlo por el párroco Francisco Javier Zúñiga en enero de 1894. Si esto ocurría con la escuela de varones, situación diferente se evidenciaba en la escuela de niñas, cuya asistencia diaria es regular y la preceptora no sólo se dedicaba a la enseñanza de la lectura y escritura sino también se consagraba a enseñarles pese a su exiguo el sueldo de quince soles.
     El trabajo de Zúñiga tampoco fue muy adecuado pues se le acusaba de descuido en sus labores tanto por su edad como pro sus obligaciones religiosas lo que obligó en más de una ocasión postergar los exámenes previstos. Un informe al respecto de enero de 1999 señalaba que el plantel de varones está mal regentado y que nada de adelanto se había manifestado con relación a la prueba final del año 1897 y que por lo tanto era necesario otorgarle un voto de censura de parte de la municipalidad. Distinta era la situación de la preceptora Juana Bonatti de la escuela de niñas a quien se le dio un voto de agradecimiento “por el aprovechamiento y notorio adelanto de sus pupilas manifestado en los últimos exámenes rendidos.”
     Todo esto condujo a la municipalidad a clausurar esta escuela hasta que se consiga un preceptor diplomado con mayores actitudes para confiarle el plantel de instrucción que venía regentando desde hace más de seis años el Sr. Zúñiga con atraso de la juventud.” El cargo salió a concurso y se fijaron carteles a efecto de comunicarlo, dando un plazo de treinta días de convocatoria. Al concurso se presentó Calixto Herrera y el propio Zúñiga quien se resistía a su cambio. El concejo conformó el Jurado Calificador que estuvo compuesto por Pedro Valle y Cristobal Marten. Esta comisión realizó la evaluación y presentó el 10 de julio su dictamen final. Expuesto éste en sesión de Concejo y habiendo escuchado la opinión de cada uno de sus integrantes, se decidió mantener como preceptor de la escuela de varones a Zúñiga y a Calixto Herrera como auxiliar, pero dividiéndose ambos el sueldo asignado diez soles, cinco a Zúñiga y los otros cinco divididos en S/ 2,50 para cada uno. Esto no  impidió que a inicios del siglo XX esta escuela se clausure definitivamente.

LA ACTIVIDAD MARÍTIMA DURANTE LA COLONIA

    Una de las bondades tenidas en cuenta para el asentamiento de los primeros españoles en el valle de Ilo fue no solo el propio valle sino también su fácil acceso al mar, una de las condiciones requeridas para el asentamiento de los primeros europeos en estas latitudes. El mar siempre fue un atractivo para los españoles en la zona de costa pues los mantenía de cierta manera en contacto con su país de origen y les permitió desarrollar una importante actividad portuaria, por lo que en este esquema Ilo no fue un puerto ausente.
     Ya en 1539 el español Juan Vallejo extendió en Arequipa una escritura el 21 de julio en la que otorgaba poder a Mizier Francisco para que pueda administrar sus intereses que tenía en el valle, y en especial “para que pueda cobrar la hacienda de mi navío o navíos en que venga, para que pueda vender, comprar y para que  pueda hacer y haga todo y cualesquiera cosas que a mí y a mi hacienda convengan y para que pueda tomar mi navío que se llama Saint Josepho y hacer de él todo lo que yo mismo puedo hacer." Vallejo tenía entre sus negocios la construcción y venta de embarcaciones; el 20 de noviembre del mismo año realiza en Arequipa un contrato de arrendamiento con los capitanes Pedro de Valdivia, Alonso Monroy, Cristobal de la Peña y Francisco Martínez "para llevar uno o dos navíos a la conquista de Chile a razón de 4000 pesos de oro el flete por cada uno." Esto no debe sorprendernos pues, de acuerdo a José Antonio del Busto, existía en Ilo un astillero debidamente implementado.
   La actividad marítima de Ilo fue creciendo con el tiempo debido al incremento de intereses comerciales y económicos en el sur, logrando su momento más importante a mediados del siglo XVIII, período en el que la actividad de los armadores estaba en pleno auge. En 1737 Juan del Toro compró el navío Nuestra Señora de La Aurora al general don Bernabé Philipe Aragón en la cantidad de 50 mil pesos. Con este barco se realizaban comercio de mercaderías como guano de isla, madera y aceite entre Pacocha y Arica y en varias oportunidades esclavos; el 15 de febrero del año siguiente, por ejemplo,  del Toro vendió al general mayor Joseph Carrillo, corregidor y justicia mayor de Moquegua 9 piezas de esclavos, 5 negros, 3 negras y un mulato de nombre Juan José, comprados  en Chile a don Gonzalo de Méndez, en el precio de 3,070 pesos.
    Otro de los armadores afincados en Ilo era don Juan Francisco Valverde, dueño de la fragata Nuestra Señora del Rosario, que hacía el recorrido entre los puertos y caletas del corregimiento de Arica transportando principalmente guano de isla. En 1751 Valverde realizó una travesía entre Arica y el Callao pero, al no tener el debido permiso para este tipo de negocios su nave fue embargada, por lo que se vio obligado a interponer una solicitud pidiendo que se le permita continuar su viaje con la finalidad de comerciar el guano que transportaba y pagar de esta manera la sanción impuesta, solicitud a la que las autoridades accedieron obligando el pago de una fianza o garantía. Valverde se vio obligado a hipotecar su propia nave y una hacienda de olivares que poseía en el valle de Ilo. (Luís Cavagnaro)
     El 26 de noviembre de 1757 el general don Felipe de Bustamante y Benavides, corregidor de su Majestad, vendió a don Enrique de Iglesias y en su nombre al Comisario General de la Caballería de Moquegua don Carlos Fernández de Castro, apoderado de Iglesias el navío Santa Gertrudis anclado en el puerto de Pacocha con tres velas, jarcias, anclas todos los demás pertrechos en siete mil pesos pagaderos en dos años.
     El 24 de diciembre de 1783 el capitán don Tomas del Alcázar y Padilla dueño del barco La Aurora surto en Pacocha y próximo a hacer viaje al Callao realizó un contrato de alquiler con el capitán Juan Bautista de Alaiza y don Marcelo Ribera para transportar una partida de aceite de oliva y otra de vinos hacia la ciudad de Lima a razón de dos pesos de a ocho reales cada pieza embarcada en dicho viaje y de allí realizar otro hacia Valparaíso, Iquique y Arica, regresando nuevamente a Pacocha como punto final de la travesía. En Arica recibió Alcázar el encargo de conducir hacia el Callao tres partidas de estaño pero al no poder continuar el viaje, encargó al maestre de su barco, don Nicolás Martínez, vecino de Ilo, para que culmine dicho encargo.
     Fácil es pues notar que la actividad marítima de Ilo fue muy dinámico, pues junto a Arica formaba lo que hoy se conoce como par portuario. Datos de la época señalan que cuando Arica se encontraba soportando fuerte actividad, los navíos se desplazaban hasta Pacocha, haciendo más fluida la actividad comercial. Durante la etapa de mayor explotación de la mina de Potosí parte del cargamento era dirigido hacia Ilo desde donde se embarcaba hacia el Callao. Los puntos de embarque eran la desembocadura del Osmore, el lugar más importante, y Yerba Buena hacia el norte, por donde se comerciaba principalmente guano de isla y en donde había un sencillo atracadero.

martes, 18 de junio de 2013

LA PRIMERA EXPANSION URBANA DE ILO


Desde 1870 se entregaron en Ilo los primeros títulos de propiedad de quienes fueron reubicados luego del terremoto de 1868. Muchos de los terrenos entregados no fueron ocupados inicialmente y estuvieron abandonados por largos años. Las construcciones, muchas de ellas alejadas del centro, demostraban la precariedad de sus ocupantes, con habitaciones de carrizo y algunas de barro. En el centro, sin embargo, empezaba a consolidar la nueva ciudad. Edificios de una y dos plantas empezaban a surgir. El adobe para las paredes, la madera para el piso, madera, caña y la torta de barro para el techo, el mojinete trunco o el techo plano, empezaban a vislumbrase como muestra de una población que no se rendía a los embates de la naturaleza. Las calles empedradas y simples senderos de tierra empezaban a dibujarse cada vez con mayor nitidez en este nuevo Ilo de inicios del siglo XX. La población sufría de un inadecuado abastecimiento del agua potable, alumbrado público casi inexistente y un pésimo  servicio de aseo público. El principal problema fue el de los terrenos no construidos ni cercados que se convertían rápidamente en muladares y focos infecciosos, por lo que en julio de 1925 el alcalde Luís Ghersi ordenó que los dueños de los sitios edifique o cerquen sus terrenos so pena de recibir una multa y hasta de perder sus lotes, encargando a los regidores Carlos Ostolaza y Ernesto Rodríguez el cumplimiento de esta disposición municipal.

En el primer cuarto de siglo la municipalidad recibió gran cantidad de solicitudes de terrenos con fines de construcción debido principalmente al elevado costo de los alquileres. En 1926 el concejo procedió a atender todas las solicitudes, pero don Pedro Valle interpuso recurso de nulidad a este procedimiento argumentando que no se había tenido la opinión del Delegado del Cuerpo Técnico de Tasaciones, tal como estipulaba la ley de aquel entonces. Aunque desde Lima se había designado para tal fin a un ingeniero de apellido Dallorto, su demora en arribar a Ilo perjudicaba la venta de terrenos por lo que se convocó a Valle para que, acompañado de Julián Maura y Ernesto Rodríguez, procedan a la tasación de sitios y realizar los cobros respectivos, solucionándose de esta manera el impasse y dando legalidad a la venta de terrenos.

A inicios de 1927 los primeros títulos fueron extendidos a los que tenían posesión y vivencia en el puerto y se procedió a la demarcación de terrenos de libre disposición de propiedad municipal. Aunque esto significo el primer intento por reordenar el naciente pueblo de Ilo, el proceso de titulación no estuvo libre de problemas. Solo por poner un ejemplo, don Armando Fernández Dávila, en enero de ese año 1927, solicitó reconocimiento de dos sitios en la calle Callao, adjudicados inicialmente a la señora Belisaria Vargas en 1871 y que hizo valer sus derechos con la certificación entrega por Pedro Valle. Es posible que contando con el apoyo de algunas autoridades locales o foráneas algunos hayan intentado apropiarse de terrenos de manera no muy legal, por lo que la autoridad municipal dejó claro que “debía procederse de acuerdo con los títulos que presente el interesado y que el delegado no tiene facultad para expedir certificados de propiedad” pues el riesgo de tener títulos entregados por dos comisiones distintas podía genera problemas posteriores.

En enero de 1929 el alcalde Juan Tidow comprendió que era importante contar con un plano de la ciudad por lo que se solicitó la presencia del ingeniero vial Dallorto, a fin que levante el plano de Ilo. Era sin embargo tal la presión por nuevos terrenos, que el concejo siguió asignando lotes, pues autorizó edificaciones hacia el norte de la ciudad, colocando como límite las últimas construcciones existentes en ella. Dallorto nunca llegó y se nombró en marzo de ese año al ingeniero Víctor Criado Menéndez al que se le encomendó demás los estudios para el establecimiento de agua y desagüe a la población. Para marzo del siguiente año, el trabajo de Criado Meléndez estaba prácticamente terminado; había demarcado los sitios y colocando la red de estacas de acuerdo a los planos, con la intención de que sean recubiertos de concreto para su mejor visualización. Finalmente, el 16 de junio, el Ministerio de Fomento aprobó el Plan Topográfico de Ilo que comprendía un área de 345,567.50 m2 con los linderos que siguen: por el Norte el río de Moquegua, por el Este y por el Sur con la línea del ferrocarril y por el Oeste con el Océano Pacifico. El trabajo de Víctor Criado no terminó con el plano sino que fue enviado nuevamente a Ilo para que formule el estudio de la urbanización de sitios fiscales de libre disponibilidad y proceder a su lotización, en base al plano ya aprobado, asignándosele un haber de ciento veinte libras peruanas.

En la década de 1940 la demanda de terrenos para la construcción de viviendas o negocios rebasó las posibilidades físicas de la municipalidad. El plano levantado por Criado había sido prácticamente desbordado y sólo quedaba abrir un nuevo frente urbano hacia el norte. Ilo crecía a pasos agigantados y obligaba a sus autoridades a ponerse en el mismo papel. La gestión de Antonio de la Flor encargó, entonces, realizar un nuevo plano sobre las futuras construcciones, encomendado para este trabajo al regidor Ernesto Rodríguez

A inicios de agosto de 1945, Rodríguez presentó el plano de la futura expansión, el cual fue aprobado, pero se dejó constancia expresa que, al realizar el levantamiento de los mismos, el ingeniero Víctor Criado Menéndez había variado la dirección de algunas calles. Efectivamente, el nuevo plano tomó otra dirección a partir de la calle Alfonso Ugarte, suprimiéndose las calles que llevaban los nombres de “La Rivera”, “La Marina” y “General Domingo Nieto”; de la misma forma se modificó la medida de las manzanas. El principal inconveniente de estos cambios fue que se alteró la ubicación de los terrenos que con anterioridad habían sido vendidos, de acuerdo con la ley Nº 4673. De esta manera, el margesí que se presentaba en aquella época y que fue aprobado por el Concejo, era “el único documento con el cual pueden ser ubicados los terrenos, de acuerdo con el plano que al efecto posee el concejo y que ha sido tomado como referencia del levantado por el ingeniero señor Víctor Criado.” En base a este trabajo, se encargó a Ernesto Rodríguez, en su calidad de perito delegado, realizar deslindes, mensuras y tasaciones de todos los lotes de terreno de propiedad municipal, tanto adjudicados como no adjudicados, a fin de poder entregar nuevos lotes y habilitar, de esta manera la nueva zona urbana de Ilo.

A partir de este proceso se produjo una inusitada avalancha de solicitudes de terrenos en las nuevas áreas abiertas, incluso antes de que los planos estuviesen concluidos. Así, en agosto de 1945, fueron varias las personas que solicitaban adjudicación de terrenos, especialmente en la calle Abtao, entre ellos, Manuel Tomasio, Ernesto Rodríguez, Humberto Cokting, Alfonso Fernández y Armando de Ferrari. En varios casos las persona requería de más de un terreno y otras lo hacían en nombre de terceros; así don Luís Díaz solicitó dos lotes para don Alfredo Diez Canceco y cinco lotes para él mismo; Atilio Jo pedía cinco lotes, para Humberto Ghersi se destinaron tres lotes solicitados por Luís Díaz y dos lotes para “Cánepa y Cía.” solicitados por el mismo Díaz.

En el mes de octubre se presentan nuevas solicitudes de terrenos: don Alberto Wehrle lo hacía a nombre de su esposa Julieta Vásquez, de sus hijas Alicia y Emma Wehrle y de su hijo político Enrique Renaud Vásquez, un lote para cada uno; don Luís E. Maura en nombre de doña Angela Barrios Espinoza, un lote y dos lotes para él; Eduardo Jiménez Gómez cinco lotes; Eduardo Gonzales López, dos lotes; don Carlos Hernán Zegarra dos lotes; doña Teófila López viuda de Gonzales, dos lotes… y paremos de contar. Presionado por la demanda de terreno, en julio del ’48 la municipalidad encargó al ingeniero Julio Loli levante planos para habilitación urbana entre la fábrica de conservas y la avenida Alfonso Ugarte. Sobre ellos el perito tasador y mensurador designado por el concejo procedió a la lotización y se le autorizó para que realice la marcación de las esquinas con el mismo ingeniero tomando como referencia el barrio viejo (es decir la zona de Ilo que culminaba a la altura de la calle Alfonso Ugarte). El 10 de setiembre de 1948 se comisionó al inspector de sitios de la gestión de Ghersi, don Alberto Wehrle, para que estudie la apertura de la calle de Abtao en el punto Este de la población, formulando las bases respectivas y se convoque postores para la obra citada.

viernes, 24 de mayo de 2013

BREVE HISTORIA DEL GUANO EN ILO.


Hasta 1 830, el uso del guano de isla era el que normalmente se le dispensó en toda nuestra historia agrícola nacional: como fertilizante por parte de las comunidades costeras, las cuales podían acceder a él sin más gravamen que los gastos de extracción, obteniendo la cantidad necesaria para sus cultivos. Pero luego de aquella fecha, debido al “descubrimiento” de sus propiedades, el guano fue clasificado como un bien nacional y aunque no dejó de ser bien común, el Estado declaró su propiedad allí donde éste se encontrase. Posteriormente, el “boom” del guano hizo que el Estado tomase medidas para garantizar el uso de este recurso y los adecuados ingresos para el erario nacional. En mayo de 1,852 el gobierno señaló mediante decreto los lugares en los que se ubicaba este rico yacimiento y determinó la jurisdicción a la que estaba sujeta. De esta manera, identificó los depósitos guaneros existentes en la zona al norte de Ilo, de la que, conforme al decreto de 1º de febrero de 1848, la comunidad de Puquina podía extraer el abono que necesitaba para sus tierras y de ningún modo para venderlo. Este derecho reconocía el uso tradicional que las comunidades costeras de Ilo hacían del guano de las islas. Este privilegio, sin embargo, ya era reconocido a la comunidad de Puquina desde tiempos coloniales, como veremos más adelante.

Con anterioridad a este decreto, el 9 de noviembre de 1,846, la Subprefectura de Moquegua realizó el remate de una parte del guano adquirido por la comunidad de Puquina con la intensión de pagar las deudas que, por concepto de honorarios, se debía al preceptor de la comunidad de Coalaque, transacción que fue declarada nula debido a que la comunidad de Puquina no estaba autorizada para realizar dicha venta. Posteriormente un decreto de 1,848 estableció que la Beneficencia de Tacna debía asumir el pago mencionado. Esta medida, comenta Basadre, buscaba establecer con claridad el adecuado empleo del recurso por la comunidad y no crear antecedentes nefastos para la economía.

El uso del guano en las costas de Ilo queda evidenciado en la narración que Garcilazo de la Vega hace en sus Comentarios Reales, cuando expresa que “en la costa de la mar, desde más debajo de Arequipa hasta Tarapacá, que son más de doscientas leguas de costa, no echan otro estiércol sino el de los pájaros marinos que los hay en toda la costa del Perú grandes y chicos, y andan en bandadas tan grandes que son increíbles si no se ven. Crían en unos islotes despoblados que hay por aquella costa, y es tanto el estiércol que en ellos dejan, que también es increíble: de lejos parecen los montones de estiércol punta de algunas sierras nevadas. En tiempo de los Reyes Incas había tanta vigilancia en guardar aquellas aves que al tiempo de la cría nadie era lícito entrar en aquellas islas, so pena de la vida, porque no las asombrasen y echasen de sus nidos. Tampoco era lícito matarlas en ningún tiempo, dentro ni fuera de las islas, so la misma pena”. Igual referencia hace de la existencia de guano en Ilo cuando Raimondi dice que guano “existe también sobre la costa e islotes más meridionales de Ica,  Ilo y Arica”.

El uso del guano en las costas de Ilo no estuvo libre de dificultades y enfrentamientos, incluso en tiempos en que no se tenía cabal conciencia del valor monetario de la explotación de este recurso. Luís Cavagnaro, en el tomo IV de su obra “Materiales para la historia de Tacna”, cita la disputa que se produjo entre los corregidores de Arica, don Tomás de Bocardo y Massias, y del Colesuyo, don Francisco Joseph Carrillo. Sucede que Carrillo, al parecer mirando sus intereses particulares con la socapa de serlo del bien común, acudió al virrey Marqués de Villagarcía manifestándole los inconvenientes que le causaba a su corregimiento la presencia de naves procedentes de Arica cuyos dueños comerciaban el guano que necesitaban los indios de la provincia de Moquegua y el virrey proveyó un auto por el cual se mandaba “que los dueños de barcos de la jurisdicción de Arica y otros cualesquiera, que con ningún motivo ni pretexto comercien ni trafiquen el guano de que necesitaban los comunes de indios de la provincia de Moquegua.” Carrillo, quien mantenía una fuerte enemistad con Bocardo por cuestiones de deudas, le remitió al corregidor de Arica esta, a lo que respondió el ariqueño señalando que Carrillo había recurrido a falsa relación y testimonio sorprendiendo al virrey. Contra lo que afirmaba Carrillo, Bocardo se esmeró en demostrar la conveniencia de que los dueños de las naves comercien el guando de la zona de Ilo, pues esto convenía a los intereses de los indios de Ilo y de toda la zona de Sama, Locumba y otras caletas, ya que en este negocio los dueños vendían la fanega a doce y diez reales dejando ganancias a los indios de la zona. El corregidor Bocardo indicaba además al virrey que, si su excelencia estuviese mejor informada, conocería que todas las caletas y lugares en los que se venden este guano pertenecen a la misma jurisdicción y que, desde tiempos inmemoriales, se ha dado esta posesión y que la misma no puede ser privada.

La extracción de guano fue un negocio en la que participaron varios españoles. En 1796, por ejemplo, el capitán don Pablo de Vizcarra Alcalde Ordinario de Moquegua y don Alejo Mazuelos formaron  una compañía para la extracción de guano en Punta de Coles sobre el que Vizcarra había recibido posesión jurídica del alcalde de Ilo don Vicente de Córdova. El 30 de abril del mismo año, Mazuelos se asocia con don Santiago de los Ríos para que pueda disponer de la tercera parte de las fanegas de guano que le correspondían de su acuerdo con Vizcarra. El precio de la fanega de guano era en aquel entonces de dieciocho reales. Pero no sólo se comerciaba el guano de las islas de Ilo, sino que había un frecuente comercio de guano proveniente de Iquique. En noviembre de 1735 don Francisco de Aguilar, administrador y maestre de la fragata San Francisco de Paula, propiedad del capitán don Nicolás de Orejuela, vendió 10 barcadas de guano (cada una de 1450 fanegas) provenientes de Iquique al general don Francisco Joseph Carrillo, Corregidor y Justicia Mayor de Moquegua las cuales debían ser entregadas de la siguiente manera: tres barcadas en el año de 1736, dos de ellas puestas a cuenta y riesgo de la indicada embarcación en Yerbabuena y la otra en el puerto de Ilo, todas entregadas en el mes de julio del indicado año; otras dos barcadas en 1737, colocadas ambas en Yerbabuena entre febrero y marzo; tres en 1738 dos de ellas en Yerbabueba y la otra en Ilo y finalmente otras dos en 1739 en Yerbabuena en el mes de febrero. Carrillo debía pagar 10 reales por cada fanega puesta en Yerbabuena y 9 por las puestas en Ilo por concepto de flete.

sábado, 11 de mayo de 2013

LOS ESCLAVOS EN EL VALLE DE ILO


La presencia de españoles en el valle de Ilo significó la alteración de las relaciones sociales desarrolladas hasta ese momento dentro de la mentalidad costeña, en beneficio del conquistador europeo. Como ocurría en otros lugares cercanos, tales como Tacna, Arica o Tarapacá, los españoles ejercieron sobre los indios toda una serie de abusos, de cuya autoría no se escapaban incluso algunos clérigos, tal como consta en una denuncia efectuada por los indígenas de Tarapacá en el año 1,620 contra del clérigo Melchor Maldonado y dirigida a la Real Audiencia y al obispo de Arequipa. Las acusaciones contra los españoles indican que se quedaban con las mejores tierras las cuales siembran con el trabajo gratuito de los indios del lugar y obligaban a traer muchachos y muchachas y a guanear y a regar, abandonando sus propias tierras de cultivo.

 La dificultad que representaba para los españoles seguir usufructuando la tierra de los indígenas y la cada vez menor mano de obra disponible obligó a buscar nuevos trabajadores baratos, sumisos y de fácil manejo y alentaron de esta manera el comercio de negros africanos hacia el virreinato el Perú. Esta migración "oficial" fue acompañada de otra que aunque ilegal fue rápidamente favorecida por aquellos valles en los que contar con mano de obra agrícola era una necesidad impostergable. La tradición oral señala de qué manera se introducía por Puerto Inglés negros venidos del África a cargo de contrabandistas ingleses y que distribuían en los valles de Moquegua, Tacna y Arica. Estos llegaban en los grandes barcos que cruzaban el Atlántico y eran desembarcados en costas alejadas de los centros poblados, que por lo tanto carecían de la debida custodia tal como ocurría en la playa Puerto Inglés, desde donde eran trasladados hacia el norte, a la playa denominada Calienta Negros, en donde se calentaban a los negros para lograr su reanimación y venderlos posteriormente.

Esto hizo que la población de esclavos en el sur aumentara considerablemente. Los pocos datos que existen sobre población negra, y que en su mayoría corresponden al corregimiento de Arica, señalan que en el censo de 1609 había sido necesario censar a los descendientes de esclavos en la zona sur que comprendiesen la cuarta generación, lo que hace suponer que los esclavos tendrían ya varios años en la zona. Para 1614, un censo efectuado por orden del Virrey Mendoza y Luna en la zona sur indica que, de un total de 1784 habitantes, la población negra se elevaba a 1300 personas.

En 1555 se produjo el arribo de 500 esclavos negros a la costa peruana. Estudiosos como A. Wormald, señalan que para esa misma fecha, la población de esclavos en el sur del Perú habría sido de 1200 aproximadamente. Aunque este incremento puede explicarse por la falta de mano de obra tanto para el servicio doméstico como para la agricultura, Viviana Briones nos ofrece otra explicación: el incremento se debería al destierro que sufrían los negros acusados de mala raza, hechiceros, herejes, supersticiosos, violentos y viciosos  por parte de Santo Oficio y que preferían Arica como lugar de destino.

Muchos de estos negros fueron diseminándose en los valles sureños, siendo el valle de San Gerónimo de Ilo uno de sus receptores. La propia Viviana Briones, en su artículo “Arica colonia: libertos y esclavos negros entre el lumbago”, da a conocer que la población estimada para la zona de Ilo era de 45 españoles, 54 mestizos, 83 sin color y 430 esclavos, lo que hacía un total de 612 habitantes. Es curioso notar que en esta relación no se consigna población indígena en el valle de Ilo, lo que no creemos sea correcto. Curioso es, por otra parte, que la población esclava sea numerosa.

El desarrollo de la olivicultura y de las plantaciones del azúcar motivaron la necesidad de mano de obra, lo que incentivó el comercio ilegal de esclavos. Rápidamente ellos fueron adquiridos por los hacendados  moqueguanos para sus tierras tanto en Moquegua como en Ilo, donde llegaron a ser con el tiempo un grupo ciertamente numeroso dedicado tanto a labores agrícolas como a domésticas especialmente las mujeres. Su tasa de natalidad fue alta lo que obligó en algunos casos su desplazamiento hacia la ciudad de Moquegua. Pero contrario a lo que se puede sospechar el trato dado a los negros no fue inhumano sino en la mayoría de veces todo lo contrario. Si bien el cierto que el negro económicamente era un bien y podía ser vendido o heredado, se documentan casos en los que el trato dados a ellos en el valle de Ilo era más bien de respeto y hasta familiar.

Tomemos como ejemplo el caso de doña Teresa Velarde y Tholedo, hacendada del valle de Ilo quien tenía en su poder tres esclavos de nombres Paulino y los hermanos Francisco y María de Castro que habían nacido en su casa y que fueron recibidos por testamento de su difunta madre doña Margarita de Toledo. En su testamento que en vida redactó en 1758 dejó Teresa expresa voluntad que a su muerte los tres negros sean libres sin que nadie pudiera venderlos o enajenarlos y que gocen de su libre albedrío amparados en esta voluntad que se cumpliría al fin de sus días, inspirada según declaró "por el mucho amor que les tengo y que lo han engendrado con su fidelidad y buen sentido con el que atienden…" Su voluntad fue remarcada sostenidamente para que no queden dudas de ella. Ninguna persona podía alquilarlos, retenerlos, empeñarlos o hipotecarlos o tenerlos en cautiverio bajo ninguna razón y que la declaración escrita debía ser suficiente para reconocerle la libertad que ella les estaba ofreciendo.

Que los negros se heredaban no quede ninguna duda. Margarita de Toledo, vecina del valle de Ilo, entregó en 1734 como parte de la dote matrimonial a su hija doña María una negra y una mulatilla valorada en cuatrocientos pesos, quedándose con ella los esclavos de nombre Diego, José y Francisco y una mulatilla de nombre Margarita. Que los negros eran bienes, igual Don Jacinto de Ochoa a nombre de don Pedro de Foronda, vendió en 1735 dos negros esclavos de 24 años que tenía en Ilo, uno de ellos de nombre Calixto, en trescientas botijuelas de aceite de oliva.

Como en todo lugar, muchos esclavos intentaban sin embargo escapar de estas condiciones sobre todo cuando ellas eran injustas. En julio de 1734 don Juan Velarde y Toledo se quejaba de la huida de una mulata suya nombrada María y de su hija Ana María de dieciocho años de edad y de un mulatillo de nombre Juan José de nueve años, hijo también de María. Los tres luego se supo se encontraban en Camaná a cargo de don Martín Pastor de Esquivel, tal como éste comunicó en una carta. Para deshacerse de la situación no encontró mejor camino que venderlos a los tres en calidad de esclavos cautivos a don Alejando Rospigliosi en el precio de 975 pesos.

Esta es una pequeña evidencia de la situación de  los esclavos en el valle de Ilo. No tenemos claro cuáles fueron las relaciones de éstos con otros grupos sociales pero es probable que no haya sido muy mala. ¿Formaron los negros comunidades separadas? Aparentemente no. Lo más probable es que con el tiempo ellos hayan dejado su condición de esclavos y pudieron obtener su libertad por propia voluntad de quienes fueron con anterioridad sus amos.

 

EL MATRIMONIO COLONIAL. PELEAS, DIVORCIOS Y ABUSOS.


Desde que hubo templo en el valle de Ilo, éste fue el lugar en el que se oficiaban las ceremonias de matrimonio, redactándose luego la partida respectiva, todas ellas hoy depositadas en el Archivo Arzobispal de Arequipa. Una de las curiosidades que presentan aquellas es que aparentemente todas corresponden a solicitudes de hombres foráneos, luego vecinos de Ilo, generalmente llegados por mar a estas tierras, y que contraen matrimonio con hijas de este vecindario. Sólo para considerar como ejemplos, tengamos presentes los siguientes matrimonios: el de Joseph García, español, natural de Galicia y de María Magdalena Vargas y Rendón, natural de Ilo, hija de Francisco Vargas y Bernabela Rendón casados el 16 de octubre de 1,794, el de Manuel Fernández, natural de Sevilla, con Bárbara Oviedo, natural de Ilo quienes contrajeron matrimonio el 30 de octubre de 1,778, el de Francisco García, natural de Cádiz y de María Martínez, ileña, hija de Nicolás Martínez y Toribia de Martínez (22 de febrero de 1,794); ese mismo día se casaron José Romero, natural también de Cádiz y Manuela Rendón, de Ilo, quien al no tener padres vivos, fue entregada en matrimonio por don Nicolás Martínez; el de Pedro Mugartey Barrenechea, quien hacia 1,814 fue Alcalde Constitucional de Ilo, y Paula Isabel Márquez, ileña de nacimiento, hija del fallecido Antonio Márquez y Teresa Oses, futuros abuelos del Mariscal Domingo Nieto. Uno de los testigos de este matrimonio fue don Francisco Nieto, padre de Domingo. Por último, el matrimonio de Francisco Vargas, moqueguano, y Luisa Collao, ileña, hija de José Collao y de Cayetana Villanueva, viuda inicialmente de Nicolás Rospigliosi.

La vida matrimonial no estaba exenta de dificultades y problemas que, a veces, llegaban a la violencia o culminaban en divorcio. En un interesante trabajo realizado por Bernard Lavallé, “Amor, amores y desamor en el sur peruano (1750-1800)”, se hace un estudio sobre las costumbres matrimoniales de la época en base a documentos ubicados en el Archivo Arzobispal de Arequipa bajo el nombre de Nulidad de matrimonio y causas penales. En este trabajo se ha logrado reunir la documentación sobre desavenencias matrimoniales que culminaron en divorcio o nulidad, así como los múltiples conflictos de naturaleza muy variada que suscitaron las infracciones a las normas entonces vigentes de las relaciones sentimentales y/o sexuales en el sur peruano en la segunda mitad del siglo XVIII.

La primera impresión que se desprende de este corpus –dice Lavalle- es la de una violencia generalizada y omnipresente en la vida de las parejas que podía surgir cualquiera que fuese su nivel social o su pertenencia étnica.” Luego de citar muchos casos en los que la violencia familiar, la infidelidad y el engaño se utilizan para romper el lazo conyugal, ya sea como causa real o como pretexto, Lavalle señala algunas prácticas en las que los religiosos se comprometían de manera escandalosa o, por lo menos, reprochable. El documento es interesante porque presenta de manera clara como a veces algunos curas se aprovechaban de la vigencia de las normas en los pueblos apartados, para proceder de manera por lo menos extraña y a veces escandalosa. En 1,788, la justicia eclesiástica abrió una causa criminal contra don Cayetano Manuel de Tapia, cura de la doctrina de Ilo. Éste había casado a Agustín Dávila con Gregoria Campos sin tener el consentimiento y en ausencia de sus abuelos que la criaban. A los dos días de casados los abuelos se presentaron llorando donde Tapia quien, condolido según afirmó más tarde, les explicó que no había problema pues podía descasar a la pareja, con la condición de que se le ofreciese otro novio potencial y, supuestamente —dijo él— después de consultar con las autoridades episcopales en Arequipa.

Habiendo devuelto la joven a sus abuelos que la golpearon copiosamente por haber actuado en su ausencia y luego de conseguir que el marido se alejara por ocho días, el cura publicó amonestaciones y, veintidós días después del primer matrimonio, volvió a casar a Gregoria pero con Pablo Aguilar, el novio que sus abuelos escogieron para ella tal como se habían comprometió. Agustín Dávila, el primer marido, pidió por supuesto la nulidad de esas segundas nupcias y solicitó el castigo del doctrinero que tan a la ligera había actuado con sus feligreses. El hecho de que él fuera indio y los familiares de su mujer mulatos y cholos en nada podía disculpar al cura, al contrario, la actitud del cura era inaudita y el caso fue muy sonado en toda la región, pues para todos era una verdad incuestionable que el santo sacramento del matrimonio es disoluble”

Elevado el caso a Arequipa, las autoridades eclesiásticas actuaron con celeridad. Se embargaron los bienes de Cayetano Tapia y fue separado perpetuamente de su beneficio. No sabemos sí la sanción fue confirmada al ser elevada a la instancia superior.

 El matrimonio no era, sin embargo, una garantía de fidelidad, como tampoco lo es hoy en día, pues hubieron algunos casos en los que el marido mantenía relaciones ilícitas fuera del matrimonio e incluso obligaba a la esposa a criar a los hijos que había tenido fuera de la unión conyugal. Y aunque el divorcio era ciertamente muy difícil, se dieron situaciones en las que en complicidad del párroco del valle; éste ese lograba sin mayores dificultades siempre que la persona que lo obtenía fuese generoso con el favor concedido.

DATOS SOBRE LA ECONOMÍA COLONIAL

    Con la presencia incaica en las costas de Moquegua la economía local paso de ser autosostenida basada en la explotación de los recursos locales en costa y lomas al desarrollo de una economía tributaria y dependiente del centralismo cusqueño. La presencia de ayllus altiplánicos desplazadas desde la zona lacustre hacia la costa repetía de esta manera el sistema de enclaves que habían desarrollado los tiahuanacos para complementar una economía que requería de recursos inexistentes en la zona altoandina. Los grupos locales desarrollaron sus actividades económicas sin mayor dificultad aunque con el requisito de la tributación. De acuerdo a María Rostworowski, dos grupos eran identificables en la costa en esa época, los coles y los camanchacas, dedicados a la agricultura y a la pesca sin que, al parecer mantengan contacto directo o permanente.

La llegada de los españoles cambió este esquema pues las tierras que antes eran de las comunidades locales ahora pasaron a ser de los europeos a través de las encomiendas, como pasó inicialmente con Lucas Martínez Vegazo. Posteriormente por compra, donación o decisión testamentaria la posesión de la tierra pasó a diferentes familias. En el tema del trabajo el español mantuvo algunas prácticas andinas como la mita y los mitayos y el manejo de gran cantidad de mano de obra disponible debido a la existencia de la encomienda. La explotación del trabajo indígena dio origen a las reducciones de indios aplicada por el virrey Toledo y que buscaba controlar la tributación entre los indígenas de 18 a 50 años. En el caso de Moquegua y Arica se redujeron a 22 los pueblos esparcidos de 226 lugares y se les devolvieron los pagos excesivos por adoctrinamiento y otros conceptos. Con el tiempo fueron incorporados al esquema económico del valle los negros africanos, muchos de ellos ingresados por Calienta Negros de manera clandestina.

Pronto el valle de Ilo vio introducir lentamente cultivos nuevos como el azúcar, el olivo y el trigo, nuevas especies de animales como la gallina, el caballo y la mula y nuevos elementos mecánicos  como el molino y el trapiche lo que aumentó el valor de la tierra cuyos propietarios vivían en Moquegua y controlaban mediante el camayo o capataz las propiedades que tenían en la costa. De ellos el olivo fue el más exitoso y fue cultivas no solo en el valle sino también en todas las quebradas hacia el norte de él. Rápidamente, gracias al clima especial de la zona de Ilo, plantaciones de olivos fueron creciendo en zonas como de Amoquinto, Yerbabuena, San José, Alfaro, Quebrada Seca, Pocoma, Alastaya, Chusa, Tique, Tacaguay, Talamoye y Alfarillo, siendo los más grandes, como dice el carmelita Vásquez de Espinoza los olivares de Jesús y más adelante el de Amoquinto. Tan grande fue el éxito de este cultivo que fue necesario construir molinos y sacar el aceite. Un viajero del siglo XVII decía al respecto que "diversos lugares de este valle están poblados de hermosas calles de olivos de los que se extrae el mejor aceite del Perú." Con el tiempo la aceituna de Ilo ganó fama en la mesa más exigente de las principales ciudades y el aceite del valle de Ilo competía sin ninguna dificultad con el venido desde España. Cuenta Ricardo Palma que la fama hizo que se hiciera muy común la frase "Si los plátanos son de seda, las aceitunas son de Ilo."

Otro cultivo que ganó fama fue la caña de azúcar, siendo la hacienda Loreto la principal productora de  azúcar y miel de caña que se comerciaba en los valles del sur sin mayor dificultad. El viajero francés Amadee Frezier cuenta que había en el valle un trapiche de azúcar que consistía en un molino de tres rodillos de cobre amarillo; el del medio hace girar los otros dos por medio de piñones de hierro incluidos en la misma pieza que engranan unos contra otros. Estos rodillos, que giraban en sentido contrario, toman las cañas que se colocan entre dos de ellos y las extraían al mismo tiempo que las prensan, de modo que extraían todo el zumo que caía en un canal que lo llevaba a las calderas; allí se le hacía hervir tres veces, cuidando de espumarle y agregarle jugo de limón y otros ingredientes; cuando estaba suficientemente cocido se vertía este jugo en vasijas con forma de cono truncado donde se cuajaba en grumos de un color marrón muy intenso. Para blanquear y refinar el azúcar así obtenida se le cubría con cuatro o cinco pulgadas de tierra mojada la cual era rociada todos los días con el fin de que la humedad filtre el juego más fino que cae gota a gota y el resto se cuajaba en panes de color blanco.

El comercio de estos productos obligó a establecer circuitos comerciales con los valles intermedios y el altiplano tal como existía durante el incanato. Esto le permitió a Ilo recibir con frecuencia carga para embarcar y formar con Arica un par portuario. Enpezó así un fluir constante entre sierra y costa, en una línea que bajaba de la zona lacustre a Arequipa, Moquegua e Ilo y luego volvía a ascender a la sierra de Charcas, dice Miro Quesada. El puerto de Ilo brindaba, a diferencia de otros puntos una bahía más amplia en Pacocha y de fácil acceso por lo que junto al de Arica recibía mercadería procedente de Cusco, Chucuito, Arequipa y Moquegua, transportada en caravanas de mulas en un recorrido de 200 y 300 leguas. Cuando Arica se encontraba inoperante, este circuito se ampliaba, pues "si no hay navíos en Arica también vienen (hacia Ilo) de La Paz, Potosí y Lipes, de modo que este puerto resulta el mejor de toda la costa para el comercio de las mercaderías europeas."

El intercambio comercial costa-sierra fomentó el uso de la mulas como medio de carga y transporte dejando de lado la llama; este cambio incrementó el cultivo de la alfalfa, pues a las mulas que cargaban la mercadería se agregaba gran cantidad de otras para reponer las que pudieran morir en el camino. Estas recuas se dividían en piaras de 10 mulas cada una que viajaba a cargo de dos hombres. Mucha gente se dedicaba a la crianza de mulas aunque la importación de mulas de Chile y Tucumán era muy frecuente.

Otro rasgo importante de este comercio fue el contrabando inglés y francés que se hizo común en las costas de Ilo, debido a la escasa vigilancia que allí se mantenía. El lugar preferido fue la playa Puerto Inglés y la zona denominada Calienta Negros, por donde ingresaban géneros y cuyo comercio estaba motivado por la presencia de la plaza proveniente de Potosí y porque el circuito comercial llegaba hasta el Alto Perú en donde los artículos europeos eran adquiridos a buen precio. La reacción del gobierno de Lima no siempre logró reducir este comercio pese a las acciones que implementó. Por ejemplo en 1,717 fueron capturando en Arica e Ilo hasta seis buques franceses cargados con mercaderías y tesoros y aunque de acuerdo a ley todas las mercaderías incautadas debían ser quemadas, las penurias económicas de la administración colonial obligaron a las autoridades a transgredir la ley y vender las mercaderías en pública almoneda, adjudicando al fisco el valor obtenido en tal operación.

miércoles, 17 de abril de 2013

BREVE HISTORIA DE ALGUNOS CURAS LOCALES.

En un artículo anterior nos ocupamos del cura Tadeo Vargas y de una denuncia que en su contra entabló don Francisco Nieto. Pocos son los datos que sobre curas se tienen en la historia de Ilo. A continuación deseo compartir con ustedes algunas referencias sobre curas que fueron del valle de Ilo.

Una de las noticias más antiguas que al respecto se tiene corresponde al licenciado don Joseph Urbano Velásquez Baena y Antiparra quien en 1734 ejercía el cargo de presbítero, cura y vicario del valle de  San Gerónimo de Hilo. El 5 de julio de ese año recibió mediante escritura pública  de don Bernardo Velásquez Mazuelos un censo por 650 pesos sobre la hacienda de viña del pago de Omo y sobre el olivar de Amoquinto, olivar que con el tiempo Urbano Baena logró comprar, según consta en escritura del  14 de abril de 1736.
En 1535 es nombrado por don Gerónimo Fernández Dávila en su testamento dándole poderes extensos para que pueda testar en su nombre, pues como él mismo dice “La gravedad de mis achaques no me da lugar a hacer y ordenar mi testamento teniendo como tengo comunicados las cosas de descargo de mi conciencia y bien de mi alma con el licenciado don Joseph Urbano Velásquez cura y vicario del valle de Ylo.” El 11 de mayo de ese mismo año Urbano fue declarado albacea de don Manuel Hurtado de Mendoza de quien dijo que le había entregado "veinte y tres libras de cera ordinaria labrada.”
En marzo de 1736 Velásquez declara que tenía deudas pendientes con don Agustín Velásquez por lo que a la muerte de éste procedió a hacer cuentas y liquidar la deuda con su viuda doña Ángela Dávila y con doña Juana de Velásquez, hija de ambos, quedando la cuenta  en mil pesos de a 8 reales, cantidad que Baena terminó donando a Juana por el cariño que le tenía. En junio de 1757 recibe en herencia una casa o cuarto tasado en 4,330 pesos en Moquegua por la muerte de su sobrino Rodrigo Velásquez. Ese mismo año inició juicio para obtener a favor del curato de Ilo parte de los bienes legador por don Juan de Oses. Por lo menos Joseph Velásquez ejerció el cargo de cura y vicario de Ilo hasta fines de 1758.
Por breve tiempo fue cura del valle de Ilo en 1740 don Juan Joseph Velásquez quien, de acuerdo al testamento dictado por don Bernardo Lloret, español natural de Mallorca, se sabe que le tenía una deuda pendiente de trece pesos por la compra de unos estribos y diez pesos de  un sombrero además de ocho pesos por otras adquisiciones.
Otro de los encargados del curato del valle de San Gerónimo de Ilo fue don Joseph Valencia. De él se sabe que ejercía el cargo interinamente en 1776.  Así hace constar en su testamento don Sebastián Fernández de la Cruz quien afirma que aquel tenía en su poder  "una mula criolla retinta que se hizo llevar de las lomas…”
En 1806 era cura propio del valle de Ilo don Juan Mariano Velarde, hijo del Capitán Don Nicolás de Velarde y Echegaray y de doña Rosa Pomareda Con fecha 9 de agosto de 1806, recibió poder de su padre para testar. En realidad Mariano fue hijo en segundas nupcias de Nicolás y en ese mismo matrimonio, hermano de Mauricio, Magdalena y María del Carmen.

FRANCISCO NIETO Y UN CURA MUY VOLENTO. HISTORIA DE UN ACUSACIÓN COLONIAL.

   Don Francisco Nieto y Hurtado, natural de Moquegua y vecino del valle de Ilo es una de las pocas de las que tenemos alguna información. Era hijo de Hilario Nieto y Agustina Hurtado y aunque vivía en Moquegua frecuentaba Ilo debido al comercio de sus padres en aceites y aceitunas. En realidad no era de recursos económicos importantes pero con el tiempo se convirtió en un personaje importante vinculado al quehacer económico, social, político y religioso pues llegó a ejercer el cargo de Alcalde. Era una persona de mucho respeto y de una honra que se tenía en alta estima. A él se le debe en parte la construcción del antiguo templo de San Gerónimo destruido en el maremoto de 1868.

De él se conocen algunos pasajes de su vida y existe uno en especial del cual quiero ocuparme en esta oportunidad.

Era el 29 de agosto de 1790. Por la noche el cura de la parroquia de San Gerónimo don Tadeo de Vargas salió a realizar sus acostumbradas rondas nocturnas por los ranchos y viviendas exagerando de esta manera su celo por el cuidado de las buenas costumbres y el recato que las personas debían observar. Pero una idea oculta lo impulsaba: había sido informado que don Francisco se las ingeniaba para rendir honores al dios Eros pero con consorte ajena. Por ello no nos sorprende que se dirigiera directamente a la casa de doña Catalina de Vargas, mujer casada con don Joaquín García quien en esos momentos estaba ausente del valle y se aproximó a tocar su puerta, que digo tocar, a tamborear su puerta solicitando a viva voz que sea abierta.  Doña Catalina a quien el cura no le merecía aprecio alguno, respondió desde dentro y de mala gana que se hallaba enferma y además sola, por lo que creía inconveniente abrir la puerta de su casa, pero que al día siguiente daría las satisfacciones al señor cura. Éste, recelando que ella no estaba realmente sola y, sospechando  que mantenía "amores ilícitos" con don Francisco Nieto aprovechando la ausencia del esposo García, mandó llamar a don Alejo Mazuelos quien se aproximó con un criado suyo, y los envió a casa de Nieto a comprobar si efectivamente estaba él allí mientras quedaba custodiando la puerta que se resistía a ser abierta.

Mazuelos a esa hora de la noche se dirigió a casa de Nieto y no tuvo respuesta inmediata lo que lo impulsaba a tamborearla con más fuerza. Adentro, Nieto despertado por los golpes y las llamadas, debió salir descalzo y medio arropado a pedir explicaciones de tamaño escándalo. Al enterarse de las insinuaciones de Vargas, Nieto salió de su casa, enfermo como estaba y se dirigió a casa de Catalina. A ver al cura Vargas, Nieto procedió a tocar repetidamente la puerta de la dama identificándose como tal recibiendo la misma respuesta dada al religioso; Nieto se volteó a ver al cura directo a los ojos y optó por retirarse a su domicilio sin dirigirle la palabra.

Herido en su orgullo interno, Vargas no cejó en su empeño y recurrió para sus propósitos a la fuerza: con el apoyo de Mazuelos y su criado tomaron unas barretas y forzaron la puerta de Catalina, logrando ingresar al interior. Allí el cura tuvo un comportamiento por demás violento pues se dirigió directamente al dormitorio de la dama y tomándola de los cabellos la tiró al suelo golpeándola sin dejar de gritar en voz alta expresiones que los testigos consideraban ofensivas viniendo de quienes las profería. En su momento Mazuelos diría que el cura “hizo con ella otras extorsiones dignas de compasión."

Dolida en su dignidad de mujer por el ultraje recibido y por los comentarios que al día siguiente se corrieron por todo el pueblo, Catalina partió hacia Arequipa al día siguiente por el camino de la costa a fin de presentar las quejas sobre la acusación de presunta infidelidad y por los golpes recibidos de parte del cura. Pero el trayecto le fue accidentado y doloroso y apenas pudo llegar a Tambo, en donde descansó de alguna manera, quejándose de dolores en todo el cuerpo. Lamentablemente no pudo seguir su camino: amoratada, hinchada y acardenalada, entregó su alma al Divino Creador.

Enterado Nieto del fallecimiento de Catalina, puso en duda que las causas hayan sido naturales y atribuyó el mismo a los golpes recibidos y en su calidad de Alcalde del valle de Ilo, mandó detener a Vargas y lo colocó bajo la custodia de dos guardias, pero al rato lo puso en libertad porque como luego confesaría "me es muy doloroso sindicar a un eclesiástico en materia tan grave". Esto no impidió que el 16 de setiembre elevara un expediente consignando todos los acontecimientos y hechos al Intendente Antonio Alvarez y Jiménez quien le dio el trámite correspondiente, investigó los hechos, convocó a testigos y llegó a la conclusión que el actuar del párroco no tenía justificación alguna, que las agresiones contra Catalina eran por lo menos reprochables y que el escándalo producido era un mal ejemplo para la feligresía del valle. Al final Álvarez tomó sentencia contra el cura Tadeo de Vásquez señalando que "lo debemos condenar y lo condenamos primero en la perpetua privación de la administración y gobierno de la doctrina del valle de Ilo para que ni como cura interino ni coadjutor, ni ayudante, ni ecónomo, ni administrador pueda servir ni sirva dicho curato del valle de Ilo. (En otras palabras, nunca más ejercería cargo en el valle de Ilo). Así mismo lo prohibimos a que pueda administrar como general ni ser coadjutor ni cura interino en ningún otro beneficio curato de este obispado de Arequipa por el espacio de un año contado desde el día en que la sentencia pase en autoridad de cosa juzgada, aunque bien puede ser ayudante y vicario de cura."

No tuvo Álvarez la misma vehemencia con respecto a la acusación por la muerte de Catalina, pues la investigación a su entender no encontró mérito suficiente para encausarlo y la resolución declaró al cura libre del homicidio que se le imputaba. La sentencia fue dada y pronunciada por don Mariano de Rivera y Aranibar, abogado, Presidente de la Mesa de Exámenes Sinodales, por orden del Ilustrísimo don Pedro Chávez de la Rosa.

Don Francisco Nieto y Hurtado solicitó el 19 de febrero de 1795 la licencia correspondiente para desposar a María del Carmen Márquez, vecina del valle de Ilo, hija del fallecido Antonio Márquez y doña Teresa Oses. En esa oportunidad fueron testigos de Francisco don Manuel de Olivera, Manuel y Alejo Mazuelos y de María del Carmen Pascual Nogueira, Nicolás Martínez y Manuel Gutiérrez. Luego de los trámites correspondientes Francisco y María del Carmen contrajeron matrimonio en el templo de San Gerónimo de Ilo. Entre los hijos que tuvieron estuvo Domingo Nieto Márquez el futuro Gran Mariscal de los Ejércitos del Perú.