domingo, 7 de junio de 2020


LOS MOQUEGUANOS EN LA GUERRA DEL PACÍFICO

El 7 de junio se escribió una de las más gloriosas páginas de la historia republicana: el coronel Francisco Bolognesi se enfrentaba a su hora decisiva ante la exigencia de rendición alcanzada por el ejército chileno. Su respuesta, “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”, ha quedado en nuestra historia como una frase llena de dignidad, de sacrificio y de amor a la patria.
La Guerra del Pacífico ha sido el hecho más significativo de la historia nacional, incluso, me atrevería a decir, más que la propia independencia nacional pues nos marcó como nación. El sacrificio de Arica, como el que sucedió el ocho de octubre en Angamos, nos dieron dignidad y orgullo en la derrota y sirvió de bálsamo para soportar las terribles consecuencias de los años subsiguientes y es un permanente recordatorio de nuestro compromiso como peruanos.
Miles de peruanos ofrendaron su vida en este hecho. Yo quiero recordar, como un homenaje a los defensores del Morro, a los moqueguanos que estuvieron junto a Bolognesi y los que estuvieron presentes a lo largo del conflicto, gracias a un trabajo que hace años realizó Manuel Zanutelli (1982).
El coronel Manuel C. De la Torre Barbachán defendió la plaza de Arica con el grado de teniente coronel, siendo tomado prisionero y permaneciendo en esa condición en Iquique hasta la firma del tratado de Ancón. Estuvo presente en San Francisco y Tarapacá y de él escribió el contralmirante Lizardo Montero “Dicho jefe cumplió con su deber y fue uno de los que más se distinguió en esa celebre hecatombe tan honrosa que fue Arica.” Fue segundo jefe del batallón Iquique Nº 1, primer jefe del batallón Tarapacá y jefe del Iquique. Luego de la guerra fue diputado por Moquegua en 1889 e integró la Junta Calificadora de prisioneros que estuvieron en Chile en 1890 y entre este año y 1894 ejerció el cargo de cónsul en Iquique.
 El teniente coronel Isidoro Salazar de los Ríos inicio su vida militar como tripulante de la fragata Amazonas (1860) como sargento segundo. Durante la Guerra del Pacífico participó en la Campaña del sur bajo las órdenes de Lizardo Montero y de Gregorio Albarracín. En Arica estuvo como sargento mayor y fue segundo jefe del batallón Iquique Nº 3, siendo hecho prisionero salvando la vida gracias a la acción de un teniente chileno.
José Benigno Cornejo Tapia, en calidad de teniente coronel estuvo presente en las batallas de San Francisco y Tarapacá integrando el batallón de ese último nombre. Su biografía lo ubica en Arica siendo uno de los oficiales convocados por Bolognesi para decidir el futuro de la plaza, siendo su respuesta la de resistir hasta el final. Perdió la vida en el fragor de la batalla mientras los peruanos se replegaban para ganar las alturas del morro.
Medardo Cornejo fue primer jefe de la Batearía Este. Ingresó como soldado raso en el batallón “Voluntarios de Tacna” participando en el combate del 2 de mayo de 1866. Durante la batalla de Arica fue designado segundo jefe de las baterías del Morro, organizando las baterías “Ciudadela” y “Este”, logrando disparar la artillería contra el enemigo, provocando pánico entre ellos. Aunque fue hecho prisionero, logró evadirse con dirección a Buenos Aires.
El coronel David Flores fue un sobreviviente de la batalla de Arica en su calidad de segundo jefe de la torpedera “Alianza”. Participó en la ruptura del bloqueo de Arica enfrentándose a los buques Magallanes y Covadonga, a los que embistió con sus torpedos poniéndolos en fuga. Durante la batalla de Arica, participó en el rescate de la tripulación del monitor Manco Cápac antes de hundir esta nave y su nave se enfrentó a las chilenas que cerraban el puerto, recibiendo el ataque enemigo que los obligó a varar la nave en Punta Picata.  Al día siguiente Flores y la tripulación fueron hechos prisioneros conduciéndolos a San Bernardo.
El torateño Manuel Aduvire participó en la batalla de Tarapacá y combatió en el Morro siendo hecho prisionero. Había participado antes en los bloqueos de Iquique y Arica y en el combate de Iquique. Estuvo también en los bombardeos de Arica entre febrero y junio de 1880. Recibió frases elogiosas de su desempeño de parte de jefes como Manuel de la Torre y Marcelino Varela.
Anibal Alayza Mendoza fue segundo maquinista del monitor Manco Cápac y como tal participó en la campaña marítima contra Chile. El 7 de junio fue hecho prisionero y conducido como muchos otros hacia San Bernardo donde permaneció en la más absoluta soledad, sin recursos y sin atención médica para sus enfermedades. Murió en esa condiciones, a la edad de 40 años, falto de todo recurso  y sin recibir ningún sacramento  por no haber dado tiempo la enfermedad que lo aquejaba.
El coronel Pablo Arguedas Hurtado inició su carrera militar muy joven al lado de Ramón Castilla; en 1879 estuvo en el levantamiento de Nicolás de Piérola cuando éste se convierte en dictador luego de la salida de Prado al extranjero. Participó en la batalla de San Juan como comandante general de la segunda división del norte, cerca del Morro Solar, donde murió mientras montaba a caballo en la primera fila del ataque.
Hoy que recordamos el sacrificio de los bravos de Arica, Bolognesi, José Inclán, Mariano Bustamante, Alfonso Ugarte, Justo Arias Aragüez y otros, dediquémosle algunas notas a los moqueguanos que ofrendaron su vida en defensa de la patria.

martes, 17 de marzo de 2020

EPIDEMIAS Y OTROS MALES


A consecuencia de la presencia del Coronavirus, se me preguntó si habíamos vivido en Ilo situaciones similares o parecidas. Echamos mano a los archivo y esto fue lo que encontramos.
A inicios del siglo XX las condiciones de salubridad existentes en la población no eran de las mejores: muladares en distintos puntos de la ciudad, un servicio de agua potable deficiente, un servicio de alcantarillado inexistente, sin hospital ni botica, eran alguna de estas condiciones. Ilo sólo contaba con una Estación Sanitaria, una de las tres primeras que se crearon en el Perú junto a las de Paita y Callao en 1903.
En este panorama no era rato que se presenten situaciones comprometedoras par la salud.  En diciembre de 1916 se presentó una epidemia de tos convulsiva que obligó a adelantar los exámenes en las escuelas municipales pues las principales víctimas fueron niños. En mayo de 1918 se presentaron algunos casos de angina membranosa que tuvo carácter epidémico; el concejo distrital a cargo de don Augusto Díaz Peñaloza solicitó a la Junta de Sanidad los protocolos a seguir en estos casos y a la Dirección de Salud solicitando suero antidiftérico para atender los casos presentados. Los propios concejales realizaron visitas domiciliarias a fin de evaluar las condiciones higiénicas y detectar a posibles víctimas, ordenándose el aislamiento domiciliario a los atacados por la enfermedad. Volvieron a aparecer los Comisarios de Barrio, vecinos que, de forma ad honorem, hacían vigilancia vecinal y visitaban las viviendas para identificar nuevos casos. En esta oportunidad se cerraron por 15 días las escuelas fiscales.
En octubre de 1919 se presentó una epidemia de gripe en la ciudad y el valle. El alcalde de esa ocasión, Carlos M. Vives, retomó las visitas domiciliarias, se desinfectaron las viviendas comprometidas y se incineraron los muladares en los alrededores. Las escuelas se clausuraron por 20 y se ordenó a los dueños de ganado la construcción de establos especiales con cemento dándoseles treinta días para esta obra.
En junio de 1921, siendo alcalde Pedro Valle, el médico sanitario denunció algunos casos de viruela que afectó a muchos niños; a comienzos de 1922, con motivo de unan epidemia de fiebre amarilla en el Perú, llegó a Ilo los integrante de la Campaña Sanitaria, realizando actividades de prevención y profilaxis. Para muchos debía ser muy fresco la epidemia de fiebre amarilla que mató a varios integrantes de la comunidad asiática a fines del siglo XIX y que fueron enterrados en un lugar apartado del antiguo cementerio.
Quizá la situación de salud más grave fue la peste bubónica surgida a inicios de 1941. En el mes de mayo de ese se detectaron dos casos de esta peste en Tacna procedentes de Ilo, por lo que se dispuso la vacunación general de la población y se procedió a colocar trampas y colocar veneno en todas las madrigueras identificadas, mientras la policía realizaba el control de los vehículos que ingresaban desde Moquegua y Arequipa, exigiendo una desinfección de los mismos y la vacunación obligatoria de los conductores y pasajeros. Se prohibió la crianza de cerdos y cuyes en las viviendas, se realizaron visitas domiciliarias, se incineraron los muladares e incluso se envenenaron perros vagos. Llegó incluso a exhumarse un cadáver que fue enviado a Lima sobre el que se haría un examen a fin de confirmar o descartar la presencia de la peste. Tan grave debió ser la situación que el municipio decidió pagar cincuenta centavos por cada roedor que los vecinos presentasen. Incluso se llegó al extremo de destruir una vivienda en la avenida Ferrocarril.
En diciembre de 1941 ocurrió en el sur la viruela; la respuesta fue exigir a los comerciantes la obligación de exhibir certificados de vacunación antivariólica y del carnet sanitario que acredite buena salud para ejercer su oficio. Se ordenó la caza de roedores, llegando a contar un total de 255 roedores. Se dispuso la vacunación de todos los pobladores, distribuyéndose los certificados sin costo alguno.
Lo último que vivimos en Ilo fue el cólera cuyo primer caso se registró en febrero de 1991 en un pescador proveniente del norte. La zona más afectada, según los reportes oficiales, era la de los pueblos jóvenes y en especial a menores de edad. Su inesperada aparición encontró al sistema local de salud sin los recursos necesarios, llegándose a señalar que los pacientes afectados por este mal deberían pagar su propio tratamiento, cuando en otras circunstancias éste era gratuito. En 1993 aún existían casos de cólera, formándose el Comité contra el cólera que propuso a fines de diciembre declara en emergencia a Ilo por la falte de agua.

martes, 25 de septiembre de 2018

LA HISTORIA DETRAS DE LA ACEITUNA MAS GRANDE


El domingo 23 de setiembre, y por otro año consecutivo, Aurora Herrera ganó el concurso de la aceituna de mayor tamaño y de mayor peso en el Festival del Olivo organizado por la municipalidad distrital de El Algarrobal. El tamaño de esta ya famosa aceituna cosechada en el fundo Osmore alcanzó los 4,8 centímetros, lo que motivó a Giafranco Vargas (investigador en la Universidad del Pacífico, consultor especializado en el Spanish Olive Technology y uno de los que mejor conoce el tema el olivo en el Perú) a afirmar que era sin lugar a dudas la aceituna más grande del Perú. Y la de más peso hay que decirlo, pues cinco de estos ejemplares pesaron 103 gramos.
Este logro no es casualidad sino fruto del esfuerzo y cariño que Aurora y su hermana Marlene han puesto en el tricentenario fundo Osmore que pertenece a la familia Herrera por más de ocho generaciones. Esfuerzo que tiene que lidiar con condiciones adversas que hubieran rendido a mucha gente. Y son estas circunstancias las que hacen que este logro sea mucho más meritorio.
El 2015 el ingreso torrentoso del río Osmore arrasó con cerca de 1200 plantones de casi dos años de crecimiento y volvió pedregal cerca de seis hectáreas. Y eso no las detuvo. Todos los años el mismo río destruye la trocha que conecta Algarrobal con Osmore y que hay que acondicionarla anualmente incluso a fuerza de brazos ante la falta de maquinaria y de una buena conexión pese a las promesas incumplidas de alcaldes y gobernadores regionales. Y eso no las detuvo.
Todos los años se debe hacer carretera nueva por sobre el río, improvisando pequeños puentes, limpiando el recorrido de piedras, macheteando matorrales, exponiendo los vehículos y demorando casi tres horas cuando una vía bien construida reduciría el tiempo a no más de 40 minutos. Y todo a costo personal, con escaso apoyo de interesados y de las autoridades competentes.
En los meses de crecida del río, cuando las aguas hacen imposible el ingreso por su cauce, se debe trepar el cerro Chololo por un sendero que costó mucho esfuerzo para luego bajar una cumbre empinada cuyo descenso riesgoso demora una hora y su retorno casi dos horas y media. Y antes de esto, hasta hace unos tres años, el recorrido debía hacerse a pie desde la carretera panamericana demorando casi tres horas, cargando materiales, insumos agrícolas y víveres.
Y en los meses de cosecha, cuando los olivos se doblan por lo cargado de sus ramas con este fruto bendito, la escasa mano de obra disponible hace más grande el esfuerzo, más difícil el acopio, más cara a raima y más alto el riesgo de perder la cosecha.
He sido testigo de excepción del esfuerzo que Aurora Herrera y sus hermanos han puesto en el fundo Osmore. He visto con qué cariño trabajan la tierra, abonan los añosos olivos; con qué dedicación están al tanto de todo el proceso que va de rama a raima, cuánto les ha costado erradicar todo rastro de plaga cuanto les cuesta hacer defensa ribereña para que el rio no usurpe su esfuerzo.  Soy testigo de cómo estas situaciones adversas jamás los derrotaron. Muy por el contario. Fue el estímulo para nunca ceder. Dicen que el hombre inteligente se impone a la naturaleza sin recurrir a procedimientos traumáticos. Si debo poner un ejemplo, Osmore es el que mejor se me viene a la cabeza.
Pero también soy testigo de lo consciente que están de la aceituna que tienen, que es de Ilo, que es un patrimonio que no debe perderse, que desde hace más de trescientos años han logrado encontrar el procedimiento que le ha dado a la aceituna de Osmore el sabor, la textura y el color que solo tiene la aceituna de Ilo.
En los casi diez años que conozco a la familia Herrera no han hecho sino cimentar la fama que de por si tiene la aceituna de Ilo y cuyo conocimiento heredaron de sus padres. Tener la mejor aceituna y la más grande del Perú debe ser para ellos el justo premio a este esfuerzo demostrado en la adversidad.
No esperan más. Ya esperaron y fue en vano. Nunca hubo carretera permanente, nunca hay maquinaria disponible, difícilmente llega el apoyo del Estado y cuando llega a veces es a destiempo; y hasta les negaron una casa prefabricada cuando el terremoto del 2001 tiró abajo parte de la propiedad que tienen en Osmore.
A veces los mejores logros son los que se consiguen con esfuerzo y dedicación. El logro de Aurora Herrera es eso: esfuerzo y dedicación. Detrás de la aceituna más grande hay una historia que deberían conocer muchos. Quizá así quienes deberían hacerlo comiencen a mirar más allá de la toma de la EPS Ilo y apoyen este esfuerzo que lo único que consigue es acrecentar el orgullo de los ileños y conservar una tradición que le ha dado fama al valle de Ilo.