martes, 25 de septiembre de 2018

LA HISTORIA DETRAS DE LA ACEITUNA MAS GRANDE


El domingo 23 de setiembre, y por otro año consecutivo, Aurora Herrera ganó el concurso de la aceituna de mayor tamaño y de mayor peso en el Festival del Olivo organizado por la municipalidad distrital de El Algarrobal. El tamaño de esta ya famosa aceituna cosechada en el fundo Osmore alcanzó los 4,8 centímetros, lo que motivó a Giafranco Vargas (investigador en la Universidad del Pacífico, consultor especializado en el Spanish Olive Technology y uno de los que mejor conoce el tema el olivo en el Perú) a afirmar que era sin lugar a dudas la aceituna más grande del Perú. Y la de más peso hay que decirlo, pues cinco de estos ejemplares pesaron 103 gramos.
Este logro no es casualidad sino fruto del esfuerzo y cariño que Aurora y su hermana Marlene han puesto en el tricentenario fundo Osmore que pertenece a la familia Herrera por más de ocho generaciones. Esfuerzo que tiene que lidiar con condiciones adversas que hubieran rendido a mucha gente. Y son estas circunstancias las que hacen que este logro sea mucho más meritorio.
El 2015 el ingreso torrentoso del río Osmore arrasó con cerca de 1200 plantones de casi dos años de crecimiento y volvió pedregal cerca de seis hectáreas. Y eso no las detuvo. Todos los años el mismo río destruye la trocha que conecta Algarrobal con Osmore y que hay que acondicionarla anualmente incluso a fuerza de brazos ante la falta de maquinaria y de una buena conexión pese a las promesas incumplidas de alcaldes y gobernadores regionales. Y eso no las detuvo.
Todos los años se debe hacer carretera nueva por sobre el río, improvisando pequeños puentes, limpiando el recorrido de piedras, macheteando matorrales, exponiendo los vehículos y demorando casi tres horas cuando una vía bien construida reduciría el tiempo a no más de 40 minutos. Y todo a costo personal, con escaso apoyo de interesados y de las autoridades competentes.
En los meses de crecida del río, cuando las aguas hacen imposible el ingreso por su cauce, se debe trepar el cerro Chololo por un sendero que costó mucho esfuerzo para luego bajar una cumbre empinada cuyo descenso riesgoso demora una hora y su retorno casi dos horas y media. Y antes de esto, hasta hace unos tres años, el recorrido debía hacerse a pie desde la carretera panamericana demorando casi tres horas, cargando materiales, insumos agrícolas y víveres.
Y en los meses de cosecha, cuando los olivos se doblan por lo cargado de sus ramas con este fruto bendito, la escasa mano de obra disponible hace más grande el esfuerzo, más difícil el acopio, más cara a raima y más alto el riesgo de perder la cosecha.
He sido testigo de excepción del esfuerzo que Aurora Herrera y sus hermanos han puesto en el fundo Osmore. He visto con qué cariño trabajan la tierra, abonan los añosos olivos; con qué dedicación están al tanto de todo el proceso que va de rama a raima, cuánto les ha costado erradicar todo rastro de plaga cuanto les cuesta hacer defensa ribereña para que el rio no usurpe su esfuerzo.  Soy testigo de cómo estas situaciones adversas jamás los derrotaron. Muy por el contario. Fue el estímulo para nunca ceder. Dicen que el hombre inteligente se impone a la naturaleza sin recurrir a procedimientos traumáticos. Si debo poner un ejemplo, Osmore es el que mejor se me viene a la cabeza.
Pero también soy testigo de lo consciente que están de la aceituna que tienen, que es de Ilo, que es un patrimonio que no debe perderse, que desde hace más de trescientos años han logrado encontrar el procedimiento que le ha dado a la aceituna de Osmore el sabor, la textura y el color que solo tiene la aceituna de Ilo.
En los casi diez años que conozco a la familia Herrera no han hecho sino cimentar la fama que de por si tiene la aceituna de Ilo y cuyo conocimiento heredaron de sus padres. Tener la mejor aceituna y la más grande del Perú debe ser para ellos el justo premio a este esfuerzo demostrado en la adversidad.
No esperan más. Ya esperaron y fue en vano. Nunca hubo carretera permanente, nunca hay maquinaria disponible, difícilmente llega el apoyo del Estado y cuando llega a veces es a destiempo; y hasta les negaron una casa prefabricada cuando el terremoto del 2001 tiró abajo parte de la propiedad que tienen en Osmore.
A veces los mejores logros son los que se consiguen con esfuerzo y dedicación. El logro de Aurora Herrera es eso: esfuerzo y dedicación. Detrás de la aceituna más grande hay una historia que deberían conocer muchos. Quizá así quienes deberían hacerlo comiencen a mirar más allá de la toma de la EPS Ilo y apoyen este esfuerzo que lo único que consigue es acrecentar el orgullo de los ileños y conservar una tradición que le ha dado fama al valle de Ilo.

sábado, 11 de agosto de 2018

EL MAREMOTO DE 1868. HACE 150 AÑOS.


El trece de agosto de 1868, mientras don Manuel Gambetta realizaba sus labores diarias en el pequeño pueblo de San Gerónimo, su esposa e hija se encontraban a bordo de la balandra Josefina fondeada frente a la desembocadura del río. Cerca de las dos de la tarde, ambas, y los marineros que las acompañaban, fueron sorprendidos por un ruido ensordecedor y un movimiento violento de la balandra al quedarse encallada en tierra seca. A los pocos instantes, y antes de reponerse del susto y sin saber lo que estaba pasando, una inmensa ola envolvió a la frágil nave y la empujó hacia tierra destrozándola casi por completo. Los testigos dijeron luego que la balandra fue encontrada un kilómetro valle adentro; la señora Gambetta, su hija y los tres marineros no tuvieron una segunda oportunidad: fallecieron en ese trágico momento. En el pequeño pueblo la gente corrió despavorida en todas las direcciones, especialmente hacia el pequeño templo que, para suerte de todos, estaba cerrado por lo que siguieron en dirección hacia el cerro Cabo de Hornos. Suerte digo, porque la fuerza de la ola alcanzó aquella pequeña construcción de adobe y madera y la destruyó por completo quedando solo algunos muros como señal de que allí se levantaba la primera iglesia que tuvo Ilo.
Un terremoto con epicentro frente a Arica produjo luego este tsunami que destruyó los puertos desde Islay hasta Cobija. Si nos atenemos a la versión de don Humberto Guersi, en Ilo
El mar salió por Calienta Negros, siguió por los sitios que hoy ocupan los depósitos de Toquepala y barrió con todas las casas y barracas del desembarcadero. Esto ocurría en Pacocha. En Ilo, con su población más numerosa, las casas fueron destruidas en su totalidad; hubieron decenas de muertos.”
Pasado el susto, nada quedaba en pie. Todo había desaparecido. Con el dolor aun en los rostros y el temor a flor de piel, los sobrevivientes recorrieron lo que antes era su hogar. Solo encontraron entre los peñascos del lugar las imágenes dañadas de la Virgen del Rosario y de San Gerónimo, únicos consuelos que de alguna manera la providencia o el destino quiso recompensar el sufrimiento que el vecindario había sufrido. El panorama era desolador. El subprefecto de Moquegua don Pedro Flores reportó que 
 "el puerto de Ilo ha desaparecido por completo con los olivares de sus inmediaciones";
 el ministro de Justicia, instrucción y culto don Luciano Benjamín Cisneros se lamentaba:  
"Triste es el espectáculo que ofrece este puerto donde el terremoto y la inundación han hecho desaparecer todos los edificios, sin dejar de ellos vestigio alguno, haciendo emigrar a la población que hoy está reducida a los empleados públicos y un comerciante."
El terremoto de 1868 ha sido catalogado como el más fuerte sufrido por el Perú. Su magnitud fue calculada en 9 grados en la escala de Ritcher (8 grados en Moquegua), dejó más de 600 muertos y destruyó ciudades como Moquegua, Arequipa, Tacna, Arica e Iquique, además de Ilo. El tsunami que produjo después generó una ola de hasta 18 metros de altura. El movimiento se sintió desde Cajamarca en el norte hasta Argentina en el sur.
El presidente Balta ordenó atención inmediata a los damnificados de Ilo. Empezó por la reubicación del pueblo de San Gerónimo que fue trasladado a la zona de Pacocha creándose una Comisión repartidora de sitios presidida por don Bernardo Ghersi quien distribuyó predios a cerca de 365 familias. Dispuso además la construcción del ferrocarril de Ilo a Moquegua y de un nuevo templo casi con las mismas características del destruido por el fenómeno natural.
Ciento cincuenta años después Ilo ha pasado por nuevas experiencias naturales aunque ninguna de ellas con los efectos tan trágicos del tsumani de 1868: la de 1948 que afectó las paredes del antiguo hospital y de la casa cural; el maretazo de 1868 que destruyó el poblado de Patillos, en terremoto del 2001 que trajo abajo a buen número de viviendas de la tranquila Moquegua; el ingreso del Osmore que aisló el distrito de Pacocha o la inundación de 1900 que dejó sin agua al pueblo por casi una semana.
No sé si todo este historial nos haya sensibilizado frente a las circunstancias en la que nos pone la naturaleza. Estar frente a un mar tan prodigioso es una bendición, ciertamente; pero es también un permanente riesgo si es que como colectivo no tomamos conciencia de que la prevención es la única respuesta razonable y sostenible frente a ellos. La labor de la escuela, la preparación de los docentes, la predisposición de los medios de comunicación, el interés de los vecinos, la idoneidad y preocupación de las autoridades son requisitos fundamentales para enfrentar con éxito estas circunstancias. Espero que esta nota sirva para esto.