El trece de agosto de 1868, mientras don Manuel Gambetta realizaba
sus labores diarias en el pequeño pueblo de San Gerónimo, su esposa e hija se
encontraban a bordo de la balandra Josefina fondeada frente a la desembocadura
del río. Cerca de las dos de la tarde, ambas, y los marineros que las acompañaban,
fueron sorprendidos por un ruido ensordecedor y un movimiento violento de la
balandra al quedarse encallada en tierra seca. A los pocos instantes, y antes
de reponerse del susto y sin saber lo que estaba pasando, una inmensa ola envolvió
a la frágil nave y la empujó hacia tierra destrozándola casi por completo. Los
testigos dijeron luego que la balandra fue encontrada un kilómetro valle
adentro; la señora Gambetta, su hija y los tres marineros no tuvieron una
segunda oportunidad: fallecieron en ese trágico momento. En el pequeño pueblo
la gente corrió despavorida en todas las direcciones, especialmente hacia el pequeño
templo que, para suerte de todos, estaba cerrado por lo que siguieron en
dirección hacia el cerro Cabo de Hornos. Suerte digo, porque la fuerza de la ola
alcanzó aquella pequeña construcción de adobe y madera y la destruyó por
completo quedando solo algunos muros como señal de que allí se levantaba la
primera iglesia que tuvo Ilo.
Un terremoto con epicentro frente a Arica produjo luego este
tsunami que destruyó los puertos desde Islay hasta Cobija. Si nos atenemos a la
versión de don Humberto Guersi, en Ilo
“El
mar salió por Calienta Negros, siguió por los sitios que hoy ocupan los
depósitos de Toquepala y barrió con todas las casas y barracas del desembarcadero.
Esto ocurría en Pacocha. En Ilo, con su población más numerosa, las casas fueron
destruidas en su totalidad; hubieron decenas de muertos.”
Pasado el susto, nada quedaba en pie. Todo había
desaparecido. Con el dolor aun en los rostros y el temor a flor de piel, los
sobrevivientes recorrieron lo que antes era su hogar. Solo encontraron entre
los peñascos del lugar las imágenes dañadas de la Virgen del Rosario y de San
Gerónimo, únicos consuelos que de alguna manera la providencia o el destino
quiso recompensar el sufrimiento que el vecindario había sufrido. El panorama
era desolador. El subprefecto de Moquegua don Pedro Flores reportó que
"el puerto de Ilo ha desaparecido por
completo con los olivares de sus inmediaciones";
el ministro de
Justicia, instrucción y culto don Luciano Benjamín Cisneros se lamentaba:
"Triste es el espectáculo que ofrece
este puerto donde el terremoto y la inundación han hecho desaparecer todos los
edificios, sin dejar de ellos vestigio alguno, haciendo emigrar a la población
que hoy está reducida a los empleados públicos y un comerciante."
El terremoto de 1868 ha sido catalogado como
el más fuerte sufrido por el Perú. Su magnitud fue calculada en 9 grados en la
escala de Ritcher (8 grados en Moquegua), dejó más de 600 muertos y destruyó
ciudades como Moquegua, Arequipa, Tacna, Arica e Iquique, además de Ilo. El
tsunami que produjo después generó una ola de hasta 18 metros de altura. El
movimiento se sintió desde Cajamarca en el norte hasta Argentina en el sur.
El presidente Balta ordenó atención inmediata
a los damnificados de Ilo. Empezó por la reubicación del pueblo de San Gerónimo
que fue trasladado a la zona de Pacocha creándose una Comisión repartidora de
sitios presidida por don Bernardo Ghersi quien distribuyó predios a cerca de
365 familias. Dispuso además la construcción del ferrocarril de Ilo a Moquegua
y de un nuevo templo casi con las mismas características del destruido por el
fenómeno natural.
Ciento cincuenta años después Ilo ha pasado
por nuevas experiencias naturales aunque ninguna de ellas con los efectos tan
trágicos del tsumani de 1868: la de 1948 que afectó las paredes del antiguo hospital
y de la casa cural; el maretazo de 1868 que destruyó el poblado de Patillos, en
terremoto del 2001 que trajo abajo a buen número de viviendas de la tranquila Moquegua;
el ingreso del Osmore que aisló el distrito de Pacocha o la inundación de 1900
que dejó sin agua al pueblo por casi una semana.
No sé si todo este historial nos haya sensibilizado
frente a las circunstancias en la que nos pone la naturaleza. Estar frente a un
mar tan prodigioso es una bendición, ciertamente; pero es también un permanente
riesgo si es que como colectivo no tomamos conciencia de que la prevención es
la única respuesta razonable y sostenible frente a ellos. La labor de la
escuela, la preparación de los docentes, la predisposición de los medios de
comunicación, el interés de los vecinos, la idoneidad y preocupación de las
autoridades son requisitos fundamentales para enfrentar con éxito estas
circunstancias. Espero que esta nota sirva para esto.