Desde que hubo templo en el
valle de Ilo, éste fue el lugar en el que se oficiaban las ceremonias de
matrimonio, redactándose luego la partida respectiva, todas ellas hoy
depositadas en el Archivo Arzobispal de Arequipa. Una de las curiosidades que
presentan aquellas es que aparentemente todas corresponden a solicitudes de
hombres foráneos, luego vecinos de Ilo, generalmente llegados por mar a estas
tierras, y que contraen matrimonio con hijas de este vecindario. Sólo para
considerar como ejemplos, tengamos presentes los siguientes matrimonios: el de
Joseph García, español, natural de Galicia y de María Magdalena Vargas y
Rendón, natural de Ilo, hija de Francisco Vargas y Bernabela Rendón casados el 16
de octubre de 1,794, el de Manuel Fernández, natural de Sevilla, con Bárbara
Oviedo, natural de Ilo quienes contrajeron matrimonio el 30 de octubre de 1,778,
el de Francisco García, natural de Cádiz y de María Martínez, ileña, hija de
Nicolás Martínez y Toribia de Martínez (22 de febrero de 1,794); ese mismo día
se casaron José Romero, natural también de Cádiz y Manuela Rendón, de Ilo, quien
al no tener padres vivos, fue entregada en matrimonio por don Nicolás Martínez;
el de Pedro Mugartey Barrenechea, quien hacia 1,814 fue Alcalde Constitucional
de Ilo, y Paula Isabel Márquez, ileña de nacimiento, hija del fallecido Antonio
Márquez y Teresa Oses, futuros abuelos del Mariscal Domingo Nieto. Uno de los
testigos de este matrimonio fue don Francisco Nieto, padre de Domingo. Por
último, el matrimonio de Francisco Vargas, moqueguano, y Luisa Collao, ileña,
hija de José Collao y de Cayetana Villanueva, viuda inicialmente de Nicolás
Rospigliosi.
La vida matrimonial no estaba
exenta de dificultades y problemas que, a veces, llegaban a la violencia o
culminaban en divorcio. En un interesante trabajo realizado por Bernard
Lavallé, “Amor, amores y desamor en el
sur peruano (1750-1800)”, se hace un estudio sobre las costumbres
matrimoniales de la época en base a documentos ubicados en el Archivo
Arzobispal de Arequipa bajo el nombre de Nulidad
de matrimonio y causas penales. En este trabajo se ha logrado reunir la documentación sobre desavenencias matrimoniales que
culminaron en divorcio o nulidad, así como los múltiples conflictos de naturaleza
muy variada que suscitaron las infracciones a las normas entonces vigentes de
las relaciones sentimentales y/o sexuales en el sur peruano en la segunda mitad
del siglo XVIII.
“La primera
impresión que se desprende de este corpus –dice Lavalle- es la de una violencia
generalizada y omnipresente en la vida de las parejas que podía surgir
cualquiera que fuese su nivel social o su pertenencia étnica.” Luego de citar
muchos casos en los que la violencia familiar, la infidelidad y el engaño se
utilizan para romper el lazo conyugal, ya sea como causa real o como pretexto,
Lavalle señala algunas prácticas en las que los religiosos se comprometían de
manera escandalosa o, por lo menos, reprochable. El documento es interesante
porque presenta de manera clara como a veces algunos curas se aprovechaban de
la vigencia de las normas en los pueblos apartados, para proceder de manera por
lo menos extraña y a veces escandalosa. En 1,788, la justicia eclesiástica
abrió una causa criminal contra don Cayetano Manuel de Tapia, cura de la
doctrina de Ilo. Éste había casado a Agustín Dávila con Gregoria Campos sin
tener el consentimiento y en ausencia de sus abuelos que la criaban. A los dos
días de casados los abuelos se presentaron llorando donde Tapia quien,
condolido según afirmó más tarde, les explicó que no había problema pues podía
descasar a la pareja, con la condición de que se le ofreciese otro novio
potencial y, supuestamente —dijo él— después de consultar con las autoridades
episcopales en Arequipa.
Habiendo devuelto la joven a sus abuelos que la golpearon copiosamente
por haber actuado en su ausencia y luego de conseguir que el marido se alejara
por ocho días, el cura publicó amonestaciones y, veintidós días después del
primer matrimonio, volvió a casar a Gregoria pero con Pablo Aguilar, el novio
que sus abuelos escogieron para ella tal como se habían comprometió. Agustín
Dávila, el primer marido, pidió por supuesto la nulidad de esas segundas
nupcias y solicitó el castigo del doctrinero que tan a la ligera había actuado con
sus feligreses. El hecho de que él fuera indio y los familiares de su mujer
mulatos y cholos en nada podía disculpar al cura, al contrario, la actitud del
cura era inaudita y el caso fue muy sonado en toda la región, pues para todos
era una verdad incuestionable que el santo sacramento del matrimonio es
disoluble”
Elevado el caso a Arequipa, las autoridades
eclesiásticas actuaron con celeridad. Se embargaron los bienes de Cayetano
Tapia y fue separado perpetuamente de su beneficio. No sabemos sí la sanción
fue confirmada al ser elevada a la instancia superior.
El matrimonio
no era, sin embargo, una garantía de fidelidad, como tampoco lo es hoy en día,
pues hubieron algunos casos en los que el marido mantenía relaciones ilícitas
fuera del matrimonio e incluso obligaba a la esposa a criar a los hijos que
había tenido fuera de la unión conyugal. Y aunque el divorcio era ciertamente
muy difícil, se dieron situaciones en las que en complicidad del párroco del
valle; éste ese lograba sin mayores dificultades siempre que la persona que lo
obtenía fuese generoso con el favor concedido.
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